Artículo de Jordi-Nieva Fenoll

El proceso judicial, ¿una farsa?

Deberíamos imaginar la justicia del futuro con muy pocos interrogatorios y muchos más aportes científicos

Los condenados por buscar venganza tras un tiroteo, durante una de las sesiones del juicio.

Los condenados por buscar venganza tras un tiroteo, durante una de las sesiones del juicio. / I. Cabanes

Jordi Nieva-Fenoll

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A veces cuesta asumir que los seres humanos aceptamos un engaño para regir nuestras vidas. Una creencia no demasiado consciente en que aquello es correcto porque es lo que siempre se ha hecho, sin darnos cuenta de que se podría hacer de otro modo mucho mejor, o incluso no hacerse. Los constructos sociales se generan sobre todo con respecto a los afectos. Se sigue a líderes atribuyéndoles cualidades prácticamente sobrenaturales, como a las parejas, o se siente uno parte de un país sin conocerlo, o se cree uno próximo de personas ideológicamente afines solo por sentir la seguridad de formar parte de un grupo, por mucho que el grupo ni proteja ni genere sinergia alguna. Es lo que nos queda de los pequeños grupos de sapiens de los que venimos y que seguían al más fuerte o hábil, o formaban una coalición para cazar y protegerse, o se reunían mirando a un astro, a un árbol o a una roca pensando que de ese modo se acabarían las enfermedades, las hambrunas; la muerte. Nos acostumbramos a producir esas confianzas metafísicas ante las incertidumbres que no sabíamos cómo controlar.

Uno de esos constructos que ha pasado más desapercibido es el proceso judicial. Todo empezó con la toma de decisión del grupo, en asamblea, a fin de resolver un conflicto. Si el grupo tenía líder, era ese sujeto el que decidía cuidando de convencer de algún modo –persuasivo o violento– para no perder su prestigio. Cuando hallaban un cadáver de muerte violenta e intencionada y nadie sabía quién lo había matado, celebraban una ordalía, que consistía en hacer que el sospechoso realizara alguna prueba física de resistencia -ingerir un veneno, poner la mano en las brasas, recorrer una distancia a una determinada velocidad, etc.- para ver si la divinidad le ayudaba a salir airoso. Al no poder decidir el grupo por falta de pruebas, resolvía un ser sobrenatural imaginario y nadie discutía. El jurado es, de hecho, la síntesis de todo lo explicado. Sus miembros, conectados con un dios a través del juramento, con mayor o menor conocimiento de causa dictaban su veredicto observando sobre todo la gestualidad y retórica de los testigos que eran interrogados. Al final, la decisión se basaba en la pura intuición.

¿Y hoy?

No crean que todo ello ha cambiado tanto. Aunque nuestros jueces tienen ahora conocimientos jurídicos profundos y, por tanto, tienen más herramientas para enjuiciar, al final valoran esos interrogatorios demasiado influidos por si se sienten persuadidos por la “actuación” del declarante. La sublimación de ello es el jurado anglosajón, en el que casi todo está centrado en que abogados y fiscales acorralen a los declarantes ofreciendo a los jurados un 'show' haciendo parecer creíbles o mentirosos a los interrogados. Al final, como en las tertulias de los 'realities', gana el que parece que se expresa mejor, con independencia de la validez real de sus argumentos, que nada tiene que ver con la gestualidad.

No se extrañen de que se acepte ese engañoso modo de proceder. Durante siglos, los jueces simplemente sumaban testigos o documentos que aportaba cada una de las partes, sin evaluar ni unos ni otros, ganando el proceso el que lograba poner más pruebas –sin evaluar– en su platillo de la balanza de la Justicia, remedo de la diosa egipcia Maat transmitido a través de Grecia a Roma, es decir, a nosotros. 'Maat' era lo que hoy llamamos 'justicia', y seguimos sin saber qué era realmente. Hubo de pasar mucho tiempo para que un sabio entre el siglo XVIII y XIX propusiera parar máquinas, denunciar el absurdo y que los juristas le hicieran caso. La evolución científica en materia jurídica es siempre muy lenta. Existe terror a separarse de la tradición, aunque sea absurda. Mucho hemos ganado desde que los jueces leen e interpretan los documentos, y desde que los científicos –los peritos– ayudan a los jueces con sus pareceres, inimaginables hace siglos porque ni siquiera existían realmente.

¿A dónde vamos? ¿Cuál será la justicia del futuro? Imagínenla con muy pocos interrogatorios y muchos más aportes científicos. Los jueces tendrán reservada solo la interpretación del Derecho, pero sabrán lo que ha pasado gracias a esos científicos, y no por intuición. El día que suceda, se cerrará uno de los muchos periodos oscuros de la humanidad.

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