Lastres políticos

La izquierda incómoda con la guerra de Putin

Es hora de recordar que ha habido guerras justas, como justa es la que libran hoy los ucranianos contra el invasor ruso

Refugees from Ukraine at the assistance point in Lubycza Krolewska, Poland

Refugees from Ukraine at the assistance point in Lubycza Krolewska, Poland / WOJTEK JARGILO

Andreu Claret

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Mientras unas 5.000 personas se manifestaron recientemente en Barcelona contra la invasión rusa de Ucrania, el 15 de febrero de 2003 la ciudad albergó una ingente concentración contra la intervención de Estados Unidos (y de una amplia coalición liderada por la OTAN) en Irak, con más de un millón de personas. Algo ocurre, ¿verdad? Podía pensarse que la suerte de los ucranianos nos iba a concernir tanto o más que la de los iraquís, pues mientras Ucrania tiene frontera con la Unión Europea, Irak yace entre el Tígris y el Éufrates a casi 4.000 kilómetros de Barcelona, pero no ha sido así. Por lo visto, los manifestantes atienden más a la naturaleza del agresor que a la del agredido, y entendieron que el trío de las Azores merecía la madre de todas las movilizaciones. ¿Y Putin? Nadie le defiende, pero una parte de la izquierda se siente incómoda porque entiende que manifestarse contra él es hacerlo a favor de la OTAN. Es la parte de la izquierda que no sabe cómo actuar ante la guerra cuando el agresor ya no es el imperio norteamericano.

Algunos, como Pablo Iglesias y parte de Podemos, justifican esta incomodidad a partir de la complejidad del actual conflicto con Rusia. Aducen que la OTAN tiene su parte de responsabilidad por la ampliación hacia el Este que siguió al derrumbe de la URSS. Coinciden en ello con destacados analistas occidentales, desde George Kennan hasta Kissinger, que advirtieron del peligro de acorralar a un país como Rusia, que seguía siendo la primera potencia nuclear del mundo. Puede que tengan razón, y que las reiteradas insinuaciones acerca de un posible ingreso de Ucrania en la OTAN hayan contribuido a la paranoia de Putin. Sin embargo, esta mirada larga sobre el conflicto obvia otra, tanto o más necesaria, acerca de la naturaleza del régimen neo-estalinista que ha levantado Vladimir Putin. Los asesinatos de líderes opositores en Moscú o en Londres, la devastación de Grozni durante la guerra de Chechenia, o la destrucción de Alepo en Siria poco tienen que ver con las amenazas de la OTAN. Aún aceptando que existe en Rusia un sentimiento de asedio, el relato ultranacionalista con el que Putin ha justificado la intervención en Ucrania va mucho más allá y revela la nostalgia por la pérdida del imperio soviético y la voluntad de recuperarlo.

La izquierda que duda sobre Ucrania se equivoca. Como se equivocó la izquierda europea que se sumó a la política de no intervención durante la Guerra Civil española. No se trata de obviar los errores de Occidente, pero desde el momento en que Putin ordenó la invasión de un país soberano, las críticas no pueden paralizar la solidaridad con el agredido. Y desde el momento en que mostró su determinación de arrasar las ciudades ucranianas como hizo con Grozni o Alepo, tampoco tiene sentido contraponer la ayuda militar a la acción diplomática, como hicieron Ione Belarra e Irene Montero. Por supuesto, hay que seguir hablando con Putin mientras se pueda, pero este ha demostrado que no atenderá a acuerdos razonables si antes no paga un precio por su criminal invasión. La respuesta del Ejército de Ucrania y la resiliencia de los ucranianos constituyen una oportunidad para mostrarle que la vulneración de las leyes internacionales tiene un precio. Por el contrario, dejarle ocupar Ucrania sin ayudar a los ucranianos sería tanto como aceptar la reedición del principio de soberanía limitada que exhibió Leonid Brezhnev para ocupar Checoslovaquia. Volvamos a simplificar los argumentos: ¿por qué negarse al envío de armas si las ha pedido Volodímir Zelenski? ¿En nombre de la paz, mientras las tropas de Putin masacran Mariupol o Karkiv, y estrechan el cerco sobre Kiev? Dejemos más bien que sean los propios ucranianos quienes decidan si prefieren morir de pie que vivir de rodillas.

Barcelona tiene una larga tradición pacifista que explica el arraigo del ‘No a la guerra’ Pero este grito solo resulta operativo cuando nosotros somos, o entendemos que somos, los agresores. ¿Qué ocurre cuando somos los agredidos? Es hora de recordar que ha habido guerras justas, las que se libraron en España y en Europa contra el fascismo. Como justa es la que libran hoy los ucranianos contra Putin y el invasor ruso. No dudemos en ayudarles con todo para hacer frente al agresor.

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