Obituario
Pau Riba o la ruptura total
Su impacto empezó con dos cargas de profundidad: la crítica a su abuelo, el poeta Carles Riba, y su revolucionario disco ‘Dioptria’
Xavier Bru de Sala
Escritor y periodista.
Tuvo mucho mérito que una cultura con una tan frágil tradición y encima perseguida de manera implacable a lo largo del franquismo incorporara sin aspavientos la ruptura radical de lo que para muchos era de entrada el nieto 'original' del poeta Carles Riba, modelo de intelectual profundo, sensato, estable y dotado de un pensamiento tan sólido como ortodoxo y acomodaticio. Quienes entonces querían integrarlo todo por miedo a la ruptura interna y sus nietos que todavía persiguen las actitudes alternativas tildándolas de heterodoxas, es decir desviaciones sin importancia, ven en Pau Riba un cantante iconoclasta. Y no, no se puede pasar por alto su vocación de líder en pleno y pletórico ejercicio, de fundador de otro manera, la rebelde, la libre por liberada de los convencionalismos, de construirse rechazando la ramplonería de la tradición, la que había llevado el mundo al desastre de la primera mitad de su siglo, la que en Catalunya se había acurrucado en la resistencia sin más ánimo que el de sobrevivir y pasar el testimonio de la continuidad a las nuevas generaciones.
El impacto inicial de Pau Riba consistió en dos cargas de profundidad que escandalizaron a la gente mayor, entonces gente de orden por definición, todos de una sola pieza, del mismo patrón, sin dudas ni fisuras, y abrieron con este doble estallido la perspectiva de nuevos horizontes entre los jóvenes. Por un lado, las declaraciones sobre el venerado Carles Riba, patriarca y “cappare” de las letras catalanes, en las que afirmaba con contundencia que “mi abuelo era un fascista”. De hecho, Carles Riba era antifascista por necesidad de supervivencia cultural, pero ay, de no haberse dado esta circunstancia de perseguido, podía haber sido por ejemplo un Gerardo Diego. La segunda es el disco 'Dioptria' y de manera especial una canción donde acusaba a nuestras madres, las de todos los hijos de la mesocracia, de “prostitutas” con “los ojos llenos de flores” para “ignorar el grito y el llanto”, principales culpables de que el mundo sea "amargo y sucio", pero a quien "ni dios ni el diablo podrán acusar o defender".
Pues bien, en los primeros setenta, este pionero de la cultura catalana beat y todos sus adláteres y compañeros de viaje en la construcción de modelos vitales alternativos, no adocenados, aún por inventar, no fueron rechazados sino recibidos con una mezcla de asombro incrédulo y expectante, más o menos a la defensiva. Pero la ofensiva no tardaría en llegar de la mano personal del primer Jordi Pujol que, al no poder digerir el movimiento cultural alternativo, compró la revista Oriflama, el estandarte de la ruptura generacional, para propiciar a continuación su desaparición.
El mundo radical del que Pau Riba se erigió en uno de los principales y más lúcidos guías no se derrumbó solo, sino que fue bombardeado y hundido por el catalanismo bienpensante. A diferencia de otros compañeros de aventura cultural y humana, Pau Riba no se integró ni sintió nunca la tentación de acomodarse. Vivió y murió fiel a sus principios, en los márgenes, pero erigido, digno, firme, es decir indestructible.
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