El sitio de las palabras
Es ahora cuando la libertad recupera su valor, que no hace falta buscar siquiera entre académicos porque es uno de los conceptos cuya magnitud aparece sola
José Luis Sastre
Periodista
Durante años hemos asistido, e incluso participado, a un proceso que vació las palabras de significados hasta dejarlas en su envoltorio, como si fueran productos que podían usarse a la manera en que los lucen en los escaparates de las tiendas: para que llamen más la atención, entre colores vistosos. Y daba igual, o eso parecía, que dijeras nazi que fascista que democracia que libertad porque, a la fuerza, acababas por mentar el aire: si todo era fascismo, nada lo era en realidad. En algún momento, y por algún afán, a las palabras las volvimos livianas y los que presumen de que hacen las campañas y los discursos, fueran políticos o no, las iban esparciendo a su antojo porque ya no decían ni pesaban nada. Ese nihilismo silencioso de los sustantivos resultaba un riesgo del que fuimos cómplices, porque perderle el respeto a las palabras era el primer paso para perdérselo a aquello que nombraban.
De pronto, las cosas han dejado de ser como eran y, sobre todo, como pensamos que pudieran llegar a ser. Rusia ha invadido Ucrania y ha provocado una guerra, que es una palabra que tiene un solo sentido: este. Guerra no es una metáfora ni una forma de hablar ni un político que aparta a otro ni mucho menos un tuit. Nada de eso suele ser histórico tampoco, porque, para nuestra desgracia, Europa acostumbra a escribir su historia a partir de las tragedias. Esta lo es. Esta, que nos coge al final de las hipérboles, con todas las acepciones ya gastadas.
Es ahora cuando la realidad ha devuelto a su sitio los significados. Lo que es el miedo lo hemos vuelto a comprobar, sin necesidad de acudir a un diccionario, en las caras de las gentes que salen de Ucrania o que soportan los bombardeos sin poder salir de allí, metidos en los refugios. El miedo se ha presentado como una sensación, no como una definición. Desasosiego es eso que aquí, a miles de kilómetros que en realidad no son tantos, hemos sentido las madres y los padres cuando nuestros hijos nos han preguntado si esas imágenes que están viendo, de familias iguales a las suyas, son los efectos de eso que se llama guerra.
Es ahora cuando la libertad recupera su valor, que no hace falta buscar siquiera entre académicos porque es uno de los conceptos cuya magnitud aparece sola. Aparece de frente, en una imagen y nada más, sea en Ucrania o en Polonia o aquí mismo. Y es en este momento crítico cuando los nombres han venido a reivindicar su prestigio y su necesidad por una razón evidente: porque nos hacen falta las ideas. Las grandes, no los chascarrillos por los que compiten en las encuestas. Por eso cada idea tiene que ponerse de nuevo en su lugar, sin nada que lo pervierta. Será así, rodeados de propaganda y de vacío, como asistiremos a la reparación de aquellas palabras que pasearon de mitin en mitin a cambio de unos cuantos miles de votos que, por otra parte, consiguieron. La libertad no era un eslogan; era un asunto demasiado serio para abaratarlo de esa manera.
Nos hacen falta las mejores palabras porque necesitamos las ideas mejores. Habremos de ser capaces, pues, de impedir nos las arrebaten otra vez ahora que están de vuelta.
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