Pobreza energética

Incendios silenciosos

La combinación de suministros cada vez más caros, pisos con precios inaccesibles, una vulnerabilidad económica creciente y una población cada vez mayor es el combustible perfecto

Incendio en el Hotel Coronado de Barcelona

Incendio en el Hotel Coronado de Barcelona / OLIVER MORENO COLOMBELLI

Eva Arderius

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El último incendio en Barcelona (hasta el momento de escribir este artículo) ha dejado una víctima mortal –la tercera en lo que llevamos de año- ocho heridos y unas imágenes muy duras: la gente saltando por las ventanas del Hotel Coronado, en Poble-sec, intentando escapar de las llamas. Los Bombers investigan el origen del fuego que empezó en una habitación de la tercera planta de este modesto hotel.

El incendio del sábado incrementa la sensación que últimamente hay demasiados en la ciudad. En enero se contabilizaron siete en solo cinco días. Los datos oficiales, pero, no demuestran un fuerte aumento. Según el balance del Ayuntamiento de Barcelona, los incendios se sitúan en los mismos niveles de prepandemia. Pero hay que leer más allá de las cifras, leer la crudeza y los problemas que esconden estos fuegos, tan espectaculares en el momento que queman y tan silenciosos una vez se apagan.

En 2021 murieron en Barcelona 10 personas en un incendio doméstico, entre ellas la familia que vivía en el local ocupado de la plaza de Tetuan. Pero la lista se alarga si miramos más allá de Barcelona. Solo hay que hacer una búsqueda rápida en Google: un muerto en el barrio de Sant Roc de Badalona en octubre de 2021, otra víctima el 22 de diciembre en Sant Esteve Sesrovires, una mujer fallecida en Sant Joan de les Abadesses, otro hombre de 90 años muerto en Sant Boi del Llobregat, una mujer en Mataró, otra de 83 años en Malgrat de Mar y un matrimonio también mayor en Vilassar de Mar y la lista podría continuar.

Un goteo de víctimas fruto de un accidente, un descuido, un mal mantenimiento... Muchas de estas muertes no pasan de un breve en el periódico, no sabremos mucho más de ellas. La mayoría de las víctimas, lo dicen las estadísticas, son gente mayor, con problemas de movilidad. Los que lo tienen más difícil para detectar el fuego y salir corriendo. Pero hay también un punto que une a la mayoría de casos: la pobreza. No hace falta vivir en una chabola o en una nave ocupada como pasó en la plaza de Tetuan o en Badalona en diciembre de 2020 donde también murieron cuatro personas. Hay otras pobrezas menos extremas que también están detrás del fuego. El miedo a pagar facturas astronómicas de luz y gas y que obliga a buscar otros métodos para calentarse más precarios y peligrosos. Vivir en un piso con una instalación eléctrica vieja, o incluso sin contador, con la luz pinchada. Vivir en un local ocupado o compartiendo piso, lo que propiciará que de noche se enchufen a la vez patinetes eléctricos, móviles y calefactores. O vivir en un sitio con mala ventilación. Son cosas que pasan dentro de las casas, que solo afloran cuando hay una desgracia, pero que, aunque formen parte de la intimidad de las personas, deberían ser consideradas un problema público.

Se puede disimular, pensar que si las cifras son estables no hay que preocuparse demasiado, pero la realidad demuestra que algunos incendios son la consecuencia más extrema de un problema social de envejecimiento, soledad y pobreza, e irán a más. La combinación de suministros cada vez más caros, pisos con precios inaccesibles, una vulnerabilidad económica creciente y una población cada vez mayor es el combustible perfecto. 

De momento la única solución la han puesto sobre la mesa los Bombers de Barcelona. Impulsan una campaña de prevención que insiste en vigilar de cerca lo que enchufamos y que explica qué hacer si hay fuego en casa: cerrar las puertas y no saltar por el balcón (los bomberos llegan en unos ocho minutos a cualquier punto de la ciudad) pero igual se necesitan medidas más contundentes. Las compañías eléctricas tendrían que hacer el mantenimiento y las inspecciones de las instalaciones, como se hace con el gas, y garantizar contadores sociales y seguros que eviten los pinchazos. ¿Qué menos, con lo que pagamos? Pero también se podrían poner detectores de humo, como ya se hace en Francia, unos aparatos baratos, eficientes y que, según los bomberos, pueden salvar vidas.

De la misma manera que un día se decidió que no había que conformarse con las cifras de las víctimas de la violencia de género o con las de los accidentes de tráfico, hay que hacer la misma reflexión con las víctimas del fuego en las casas. Hay mucho margen para actuar. La alternativa es seguir mirando las estadísticas que, de momento, avalan que si eres pobre y mayor tienes más posibilidades de morir en un incendio. Y todo quedará en un accidente silenciado y fruto de la mala suerte. 

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