Cita electoral

Susurros en campaña

La campaña electoral de Castilla y León no ha tenido nada del otro jueves, quitando lo de los mítines en granjas y en secaderos de jamones y la irrupción de la remolacha

Igea, Mañueco y Tudanca, antes de comenzar el debate.

Igea, Mañueco y Tudanca, antes de comenzar el debate. / EP

José Luis Sastre

José Luis Sastre

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Puede que este domingo, en el aire, en la tele o hasta en la digestión, perciban algo extraño, distinto: habrá acabado otra campaña electoral. Será difícil percibirlo, porque habremos entrado ya en la siguiente, pero conviene disfrutar el momento puesto que entre las ocho y las nueve de la noche, una vez cierren las urnas, se producirá un silencio mágico en las sedes de los partidos hasta que puedan explicarles a los que han votado lo que han querido decir con sus votos: porque la gente va a votar por su cuenta pero luego surge un portavoz que nos aclara lo que han votado los demás, que nunca son siglas sino grandes causas: los ciudadanos han votado cambio o han votado estabilidad o cualquier otra ambigüedad que justifique el pacto que ellos estén a punto de cerrar.

Esta campaña electoral tampoco ha tenido nada del otro jueves, quitando lo de los mítines en granjas y en secaderos de jamones y la irrupción de la remolacha. Ha tenido titulares en primera página de este tenor: los barones acusan al líder de estar haciéndolo mal. No es literal, pero ustedes me entienden. Me acordé de otra época en que, haciendo información política, algunos de los barones –esos u otros: la dinámica es la misma– me llamaban para poner verde al líder de turno, de su partido por supuesto. No iba a ser al de la oposición. Que sigue igual, decían, que no atiende a razones, que se le ha subido el ego a la cabeza y frases así, muy jugosas todas aunque en realidad no fueran a ningún sitio.

Quizá aquellas voces susurrantes buscaban algo que con el tiempo llamé crónicas de estado de ánimo, con titulares del estilo: malestar dentro del partido con el hombre fuerte. Si algo de aquello se publicaba, el hombre fuerte también llamaba –el teléfono es tan útil como desquiciante para el corresponsal político– y te gritaba: no tienes ni idea, eso que te dicen a ti no se atreven a decírmelo a la cara (tampoco es literal, pero también se lo podrán imaginar: no tienes ni puta idea y esos no tienen los huevos de decírmelo a la cara). Testosterona al margen, llevaba parte de razón. Cuando coincidían de frente críticos y criticado, lo que más se veían eran sonrisas y palmaditas en la espalda. Dientes, dientes.

Peor era ver alguno de esos dirigentes, cualquiera de los que te hubiera llamado, si le entrevistaban con cámaras o micrófonos de por medio, porque en ese caso parecía una persona distinta, capaz de declarar en voz alta lo contrario de lo que poco antes te había contado pidiendo que no le citaras, por supuesto. Me acordé en concreto de un señor que, en plena batalla interna del partido, llamó para decirme que no le importaba que lo pusiera en las quinielas de nombres que sonaban para la sucesión. Quería figurar en la terna, que se hablara de él. Cuando consiguió salir en una de las quinielas que circularon, por fin pudo ir a la tele para decir lo que ardía en deseos de decir: no sé de dónde ha salido eso, son cosas de periodistas. Que tenemos nuestras cosas los periodistas, vale, pero no llegamos a tanto. Espero. En fin, que ánimo con la próxima campaña. Basta con que miren las quinielas: notarán que empezó hace tiempo.

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