Relato independentista

Ficción y realidad en el independentismo

La destitución consentida de Juvillà supone el fin oficial de la retórica vacía de la confrontación, pero es también una oportunidad para que los puros aterricen por fin en la realidad

La presidenta del Parlament, Laura Borràs, i el diputat de la CUP i secretari tercer de la Mesa, Pau Juvillà, a l'inici del ple del Parlament del 14 de desembre de 2021

La presidenta del Parlament, Laura Borràs, i el diputat de la CUP i secretari tercer de la Mesa, Pau Juvillà, a l'inici del ple del Parlament del 14 de desembre de 2021 / ACN

Ernest Folch

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Lo que ha sucedido estos días con Laura Borràs en el Parlament, aunque no lo parezca, poco tiene que ver con Laura Borràs. La batalla política que arrastra este significativo caso la pone inevitablemente en el centro de la diana, pero su inevitable protagonismo puede desenfocar erróneamente la verdadera cuestión de fondo. Todo esto, por no ir, no va ni siquiera del ya exdiputado Pau Juvillà, víctima de una sentencia administrativa desproporcionada, pero tirado después en la cuneta por los supuestos irreductibles. Y es que el caso lleva consigo una carga de profundidad, porque explica el fin de un viaje imposible: con la retirada del escaño de Juvillà termina oficialmente la huida hacia adelante de una parte del independentismo, que se proclamaba revolucionario hasta que ha tenido que demostrarlo. El asunto compromete a Borràs (que edificó su mandato sobre la hipótesis de que ella, a diferencia de su antecesor Torrent, sí llevaría sus ideales hasta sus últimas consecuencias), pero por encima de todo desnuda definitivamente la autodenominada estrategia de la confrontación, una más de las ensoñaciones que han confundido al independentismo en la última década. La política es tan cruel que es probable que los que hace escasos días encumbraban a la presidenta ahora la abandonen a su suerte, pero los daños colaterales van mucho más allá de Borràs: con el fiasco de la defensa de Juvillà ha quedado claro que lo que algunos pretendían no era desobedecer sino hacerlo ver, que en realidad no se trataba de plantar cara sino de prometerlo.

Porque lo que entierra la suspensión del acta de Juvillà no es nada más que una retórica, vacía y sin hechos que puedan acompañarla, destinada únicamente a desgastar a Esquerra, a ridiculizar a los pragmáticos y a proteger la estrategia dictada desde Waterloo: es revelador que Puigdemont y su entorno no hayan encontrado ni un solo minuto para escribir un tuit solidario con el defenestrado Juvillà ni hayan hecho ni una sola valoración del episodio del Parlament. Y es que, en el 'caso Borrás', han colapsado a la vez todas las purezas: las de los dirigentes independentistas que aborrecen de las soluciones intermedias, como la difícil y frágil mesa de diálogo, y por supuesto la de los 'tuitstars' y 'youtubers' que llevan años señalando a traidores, vendidos y 'botiflers' desde el sofá, y que se han encontrado traicionados, a su vez, por los que ellos mismos habían investido como puros entre los impuros. Por eso, el episodio de Borràs puede tener su lado positivo: muchos independentistas han recibido un necesario baño de realidad y hasta puede que el batacazo sirva para que algunos descubran por fin que la realidad es más compleja y tiene muchos más grises que el infantil mundo de los 'zascas' en Twitter, donde no hay que gestionar nada sino sencillamente aparentar que se tiene razón. Por eso, más que usar el triste episodio de Juvillà como una humillación, sería bueno aprovecharlo como una oportunidad que el destino les brinda a algunos para que aterricen en el mundo real. Porque no se trata, por supuesto, de que nadie renuncie a sus ideas, sino de que se canalicen con inteligencia y realismo, y evitar de una vez inmolaciones innecesarias que, por lo que se ha visto, de poco o nada han servido. Quién sabe si el ridículo vivido en el Parlament estos días puede ser el principio de algo positivo. Por ejemplo, que la ficción vaya dejando paso a la realidad.

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