Pecadillos veniales
Hasta que se convirtió en coto de caza, Twitter fue un vomitorio frívolo en el que unos usuarios animaban a otros a soltarla más gorda
Juan Soto Ivars
Escritor y periodista
Es hora de que el moralismo dominante distinga entre pecados veniales y pecados mortales. A la Iglesia católica le vino muy bien para empezar a ahorrar combustible. No es cuestión de andar quemando a troche y moche, ni de montar autos de fe por cualquier cosa. Hay cosas que se deben resolver con tres avemarías. Por ejemplo, los tuits de Marc Seguí, que convirtieron su entrevista en ‘La Resistencia’ en una comisaría.
Seguí es cantante. Yo no lo conocía. Lleva siéndolo un año porque tiene solo 22, y a los 17 se abrió una cuenta de Twitter y se dedicó a hacer el gilipollas. Dejó tuits insultantes con las mujeres, los gais y demás, dio contestaciones burras y dejó un reguero de miserias que nadie con dos dedos de frente se tomaría a pecho sabiendo que provenían de un adolescente que trataba de llamar la atención. Esto es lo que el propio Seguí dijo en la entrevista, nada más empezar, pero Broncano, tal vez por miedo a Twitter, tal vez por miedo a Movistar o tal vez por principios, que sería lo peor, prolongó el auto de fe 20 minutos más. Los hay que le han aplaudido. A mí aquello me dejó estupefacto.
Hemos olvidado definitivamente lo que es la perspectiva. Somos incapaces de separar lo importante de lo irrelevante, y lanzamos juicios totales a partir de un detalle. Esto de la pérdida de la perspectiva vale lo mismo para hablar de Colón que para juzgar las palabras de un crío inmaduro en Twitter. Todo está cerca y todo es enorme, todo es gravísimo, todo es importante y todo es literal. Broncano parecía haber olvidado que Ignatius Farray hizo monólogos sobre los insultos absurdos que profería en Twitter: “Juan Echanove, hijo de puta”, cosas así. Farray daba en el clavo con su exégesis: decía esas burradas por ningún motivo, por bocachancla, sin pensar realmente, sin sentir. Es lo mismo que hacía Perra de Satán, inquisidora en un programa de Televisión Española que al día siguiente ardió en la pira, porque resultó que sus viejas publicaciones de Twitter contradecían cada uno de sus pedantes juicios de valor.
Por regla general, las burradas que la gente ha dejado en Twitter no representan nada. Hasta que se convirtió en coto de caza, Twitter fue un vomitorio frívolo en el que unos usuarios animaban a otros a soltarla más gorda. Era desagradable entonces, pero hoy es siniestro. Yo prefiero el tugurio de borrachos a una sacristía policial.
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