Riesgos globales

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Futuro incierto, ansiedad hoy

La crisis ambiental se mantiene como la preocupación del futuro. Pero ese horizonte, y la pandemia, tienen otro impacto inmediato, la salud mental

Los casos de depresión e intento de suicidio de adolescentes saturan los servicios de salud mental

Los casos de depresión e intento de suicidio de adolescentes saturan los servicios de salud mental

La inacción ante el cambio climático y otras perspectivas dramáticas (como el colapso de los estados, las armas de destrucción masiva o el descontrol de los avances tecnológicos) eran las principales preocupaciones a largo plazo de la humanidad hace un año. Según el Informe de Riesgos Globales que emite anualmente el Foro Económico Mundial de Davos, en este 2022 las perspectivas que ensombrecen el futuro siguen centrándose en la amenaza vital número uno para la humanidad, la crisis ambiental. Y, tras la decepción de Edimburgo y la postergación de la prioridad climática frente al desafío del coronavirus y de la recuperación económica, crece la sensación de que faltan respuestas contundentes a sus diversas causas y consecuencias derivadas -la escasez de recursos naturales, los retos de los fenómenos meteorológicos adversos, la pérdida de la biodiversidad- y todo lo que ello conlleva, también, de crisis y división social. El análisis de los riegos a largo plazo indica, por un lado, una preocupación real y la necesidad de poner urgentemente en marcha unos mecanismos que intenten paliar las consecuencias dramáticas en el futuro. 

En otro sentido, el informe también avisa de la inmediatez, de los problemas más severos y cotidianos y de la emergencia de nuevas preocupaciones. A los habituales relacionados con la economía (la brecha digital y la fragmentación social, la crisis de la deuda o el estallido de la burbuja de activos inmobiliarios) se añaden otros que responden al estricto presente, como es el caso de la situación sanitaria y de las enfermedades infecciosas, que merecieron la máxima preocupación en 2021. 

Pero en 2022 ha surgido una nueva inquietud, que ya se palpaba hace un año pero que ahora se presenta en toda su magnitud como uno de los desasosiegos imperantes. Es la de la salud mental, que ocupa la sexta posición a corto plazo, cuando ni tan solo figuraba anteriormente en los baremos. Bien es cierto, sin embargo, que en 2021 se citaba al colectivo juvenil como un motivo de intranquilidad, «porque se enfrentan por segunda vez en una generación a una crisis mundial» y porque los jóvenes «pueden perder cualquier oportunidad en la próxima década». El impacto enorme de la crisis provocada por la pandemia, más allá de la emergencia sanitaria, se traduce en desasosiego, inquietud por el futuro y somatización de la ansiedad producida por un estado de las cosas que nos hace vivir en precario, pendientes de una solución que todavía no se vislumbra. Lo que en un principio se catalogó como estrés agudo en las primeras etapas de confinamiento ha ido derivando hacía estadios de cronificación de las enfermedades mentales, con una alta incidencia entre los más jóvenes. Las urgencias psiquiátricas han aumentado un 47% en relación a la etapa prepandémica y se han multiplicado por dos los intentos de suicidio. En el conjunto de España se han computado casi 4.000 fallecimientos por esta causa, con una tasa de 8,3 por cada 100.000 habitantes. 

La salud mental, que era percibida como una cuestión lateral en el entorno médico, ha pasado a ser un problema de primer orden. Es por ello que el Gobierno ha presentado el plan de Estrategia de Salud Mental 2022-2026 para convertirla en el «epicentro de las políticas sanitarias» con una dotación inicial de 100 millones de euros hasta 2023. Las inquietudes a largo plazo son tangibles y amenazadoras, y son, al mismo tiempo, generadoras de ansiedad a corto plazo, en una percepción de la realidad que puede inducir a la depresión personal ante un futuro colectivo de indecisión y temor.