Lenguas
El problema en Catalunya es cuando hay personas que se niegan a hablar una lengua en razón de un proyecto político o de la idea equivocada que si se habla otra la propia pierde
Marc Lamuà
Diputado del PSC en el Congreso.
Marc Lamuà
El catalán afronta hoy numerosos obstáculos, que han aparecido de manera inesperada, en un momento que podía parecer optimista a primera vista, puesto que por primera vez a la historia Catalunya disfruta de autogobierno, ya hace más de cuarenta años.
Algunos de estos obstáculos son exógenos y, por lo tanto, los compartimos con otras muchas lenguas del mundo. Otros, en cambio, son completamente nuestros y representan un peligro igual de grande por cómo han arraigado en nuestros corazones e identidad de catalanes y catalanas.
La globalización ha creado oleadas culturales mucho más homogéneas, en comparación con la diversidad de culturas del pasado, en un mundo mucho menos interconectado. La tiranía de los algoritmos en las redes sociales lo empeora todo: prioriza los grandes espacios de audiencia y esto limita voces, según la lengua empleada. Esta es una de las grandes amenazas que tiene el catalán, compartida con otros idiomas tan importantes como el francés, el alemán o el italiano, que también viven con miedo la expansión de las lenguas más mayoritarias en el espacio digital.
En Catalunya, se suman problemas a estos otros que sufrimos sin ser responsables. Hay quién podría pensar que la existencia objetiva del nacionalismo español más exaltado, muy representado por PP y Vox, es aprovechada para crear un combate político en el entorno de la lengua, que puede traer muy buenos resultados a este partido o al otro, pero que es un drama absoluto tanto para la sociedad catalana, como para nuestra lengua compartida.
Es de una gravedad extraordinaria que el consenso conseguido en el entorno de la inmersión lingüística, que como cualquier marco tiene que ser flexivo e inclusivo, haya sido puesto en entredicho. Y lo es, porque nunca habíamos tenido un grosor tan extraordinario de población que hubiera aprendido el catalán y que lo pueda utilizar en el día a día, porque tenemos un sistema educativo que ha funcionado y funciona muy bien y tiene como resultado que la ciudadanía domine las dos lenguas oficiales en Catalunya, y porque hay medios de comunicación de masas que han funcionado bien en catalán. No han sido, en consecuencia, pocos ni pequeños los objetivos logrados por el catalán como lengua de Catalunya.
No obstante, hay quién ha decidido situar la lengua como protagonista primera del combate político. La inmersión era todo el contrario: las personas aprendían catalán como lengua de Catalunya sin sello político. No era necesario compartir nada más para hablarla. No se tenía que escoger una opción u otra política. Ahora, desde Madrid y Barcelona, hay quien llama a favor de una u otra lengua. Cuando el catalán y el castellano son de todos y de nadie, a la vez. Además de ser lenguas hermanas.
El catalán es vivo y pervive si es una lengua de prestigio, de seducción y de confraternidad, recordaba Antoni Puigverd citando a Joan Maragall. Es también una enorme riqueza para las culturas de España y nadie tendría que estar dispuesto a perder un valor tan importante y antiguo. A la vez, no puedo estimar más el castellano que he leído en miles de escritores y de escritoras y no es cierto que la existencia de una lengua dependa de la existencia de otra. Este amor al castellano creo que fortalece el catalán. El problema no son las horas que una persona habla castellano, el problema ha llegado cuando una persona no quiere hablar nunca el catalán, porque tiene la impresión, mala y equivocada, que no es la lengua de todos, sino solo la de un determinado sello político.
Las lenguas abren ventanas a mundos muy diferentes. He estado a menudo en Italia, dónde he tenido que viajar por trabajo. He aprendido el italiano durante años y esta lengua me ha permitido conocer también gastronomías locales, paisajes escondidos, canciones y poetas. El problema en Catalunya es cuando hay personas que se niegan a hablar una lengua en razón de un proyecto político o de la idea equivocada que si se habla otra la propia pierde. El problema es la política que se ha hecho de la lengua. Y la solución es que hablar las dos lenguas ni es difícil, ni negativo. Al contrario, abre universos de culturas muy ricas.
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