Globalización

20 años con China

O empezamos a regular este mundo tan abierto o, seguramente, cuando en diez años hagamos balance de las tres décadas de China en la OMC, nuestro destrozo puede resultar casi irreversible

Un ciudadano chino con la bandera de su país en una imagen de archivo

Un ciudadano chino con la bandera de su país en una imagen de archivo / Miguel Candela/SOPA

Jordi Alberich

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Hace pocos días se cumplieron 20 años del ingreso de China en la Organización Mundial del Comercio. Un buen momento para hacer balance de dos décadas de crecimiento generalizado, especialmente para el gigante asiático, que ha transitado de país en vías de desarrollo a disputar la hegemonía global a Estados Unidos. Dicha incorporación supuso la culminación de una determinada concepción liberal de la economía, que tuvo como mejor exponente en la década de los 70 a la premier británica Margaret Thatcher. Su ideario adquirió velocidad con el hundimiento soviético y con una globalización estimulada, también, por las nuevas tecnologías de la comunicación. Un proceso que ha tenido efectos muy diversos.

China se ha encontrado extremadamente cómoda, en un marco ideal para su singular modelo de totalitarismo político y libertad empresarial, tutelada e intervenida por el Estado. Por su parte, desde ambos lados del Atlántico, pese a la euforia de los primeros años, hemos visto cómo nuestros viejos equilibrios sociales y políticos se han ido resquebrajando al ritmo de una creciente desigualdad. Una desorientación profunda que nos lleva a un mero gestionar el día a día sin proyecto alguno a medio plazo. Es tal el desconcierto que, incluso, no pocos occidentales se sienten atraídos por el modelo chino. Todo ello, consecuencia de lo acelerado y desgobernado del proceso de apertura. En resumen, un balance cargado de claroscuros. 

En este contexto, la pandemia, que ha venido a multiplicar los estragos de la crisis de 2008, nos lleva a una situación bastante límite. O empezamos a regular este mundo tan abierto o, seguramente, cuando en diez años hagamos balance de las tres décadas de China en la OMC, nuestro destrozo puede resultar casi irreversible. Y no será por culpa de los chinos pues, precisamente, la esperanza reside en que reconducir los desperfectos depende tan solo de nosotros. Pero, para ello, debemos empezar por compartir un nuevo ideario. Lamentablemente, aún no estamos en ello.

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