Colaboracionista, supremacista: palabras contaminadas
Ernest Alós
Coordinador de Opinión y Participación
Periodista
De la pintada y mensaje amenazantes contra el rector de la UAB por parte de quienes se arrogan el derecho a decidir quién tiene permiso para hablar en la universidad y quién no me quedo con el uso de dos palabras. Solo basta con una persona para pintar una pared y escribir un mensaje utilizando un plural que puede esconder a un canalla muy singular. Pero en el uso de expresiones como colaboracionista o colaborador necesario no está sola.
La construcción de uno de los elementos más ponzoñosos del discurso del ‘procés’ –y del contrario, del que hay virtuosos como Jiménez Losantos–, la negación de cualquier legitimidad y dignidad al adversario, se construye normalizando expresiones contaminadas y cargadas de connotaciones demonizantes. Y no me refiero a los ñordos o ecspañas o los lazis, tractorias o pueblerinos que no tienen más carga semántica de la que tiene un rebuzno.
El colaborador necesario da a un anónimo el aire de sentencia de tribunal (popular). El colaboracionista, por supuesto, remite a la complicidad con los régimenes ocupantes y genocidio. A veces, para salir de dudas, añaden del régimen de Vichy. Supremacista, un epíteto que se escupe como rutina, debería alinear a quien lo recibe con los partidarios encapuchados de la supremacía blanca sobre los afroamericanos o del apartheid surafricano. Aunque la verdad es que ya no sé qué significado ha adquirido para sus usuarios. Colono identifica a los trabajadores de la España agraria que vinieron a buscarse una vida mejor a las fábricas catalanas con los amos y encargados de plantaciones que medraban gracias al sudor de los indígenas explotados, a quienes quedan mágicamente equiparados tanto sus patrones como sus compañeros de trabajo y vecinos de origen catalán. Unionista trae ecos del Ulster, del reverendo Ian Paisley, del protestantismo anticatólico, del folclore monárquico, de la disposición a responder con plomo al plomo. Olvidan (o les conviene hacer olvidar) que muchos de a quienes se la aplican, ante la mención de la unidad de España quizá incluso transpirarían a raudales por el mismo lugar que lo hacía Rubianes, por delante y por detrás. Lo que no están dispuestos es que les acusen de llevar un cucurucho blanco.
Otro día deberíamos hablar de los constitucionalistas que estarían más cómodos con los Principios Fundamentales del Movimiento. Porque igual que las palabras ensucian, también blanquean.
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