Ómicron de puente
Durante estos días la mayoría de la población ha actuado con cierta relajación
Álex Sàlmon
Periodista. Director del suplemento 'Abril' de Prensa Ibérica.
Cierre de este acueducto largo de compras y nieve. Los que se quedaron en las ciudades se lanzaron a los ejes comerciales llegando a bloquear avenidas anchas. Los que buscaron la montaña se encontraron con nieve, frío y, lo peor, viento. Cinco días dan para mucho, pero es que ha habido de todo.
El denominador común para unos y otros ha sido la masificación. Mucha gente reunida en un punto con la amenaza del covid. Parece que no hay miedo a la ómicron, esa variante novedosa, con nombre de película de ciencia ficción que no acaba de ser creíble, aunque debería.
No hay duda de que durante estos días la mayoría de la población ha actuado con cierta prudencia, aunque con las defensas bajas. No podemos llamarlo irresponsabilidad, pero sí cierta relajación ante la metodología profiláctica indicada.
Imaginemos a una persona exagerada en sus fórmulas de actuar contra el covid, eterna mascarilla en boca, gel hidroalcohólico siempre a mano, para la que cualquier persona a menos de dos metros ya es objeto de insidia. Al lado, alguien con la mascarilla bajo la nariz, duchada por la mañana y, con ello, ya limpia todo el día y dada a besar y abrazar.
Estas dos tipologías de ciudadanos se han visto obligadas a coincidir, de forma reiterada, durante este acueducto de la ‘puriconsti’ en calles, colas en tiendas, ‘telearrastres’, restaurantes y hasta caravanas, aunque en estos casos el contacto sea alejado.
El intransigente –puede que con todas las razones– junto al pasota, con menos argumentos, se han convertido en pareja insoportable. Cada uno en defensa de su libertad extrema, cada uno con sus buenas y malas propuestas, han acabado organizando alguna trifulca. He sido testigo de unas cuantas. Vergüenza ajena.
Estas situaciones explican la sociedad extrema en la que nos hemos acostumbrado a vivir. Mientras, el ciudadano centrado, callado, devoto de su equilibrio, pero también prudente a la hora de meterse en líos, se ausenta una vez más del conflicto, y deja a los demás en la visual. El sentido común, siempre el menos común.
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