Pros y contras

El hombre que nada en un mar secreto

Es el retrato de una desesperación vista desde la atalaya de quien solo tiene las palabras y los silencios para hacerle frente

William Kotzwinkle

William Kotzwinkle

Josep Maria Fonalleras

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En 'El nadador en el mar secreto' (traducido en catalán por Yannick Garcia y, en castellano, por Enrique de Hériz; editado por Navona), hay una escena impresionante que es, a la vez, la esencia de esta novela brevísima, escrita de un tirón por una persona – William Kotzwinkle – que acababa de ver cómo su hijo nacía muerto. Recoge el cuerpo inerte del niño, envuelto en unos papeles y una bolsa de basura y, en medio de un país arisco y helado, fabrica un ataúd con sus propias manos donde deposita el cadáver con ternura y serenidad; y lo entierra en un claro del bosque. El relato del parto, del nacimiento trágico y de la solitaria, artesanal ceremonia, es un ejercicio impresionante de contención, alejado del sentimentalismo. “Quise contar lo que había pasado", ha dicho Kotzwinckle, "en una prosa sencilla y clara".

En unos días, en el TNC se estrenará la versión teatral, ganadora del Premio Quim Masó, que La Danesa, dirigida por Jumon Erra, ha hecho del libro. Se mantiene el tono de confidencia íntima, la pulcritud en la forma, la importancia de los detalles ínfimos. Es el retrato de una desesperación vista desde la atalaya de quien solo tiene las palabras y los silencios para hacerle frente.

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