Cine y literatura

El optimismo como algo exótico

Hay algo positivo en que la luminosidad de una película, de una obra artística en general, nos resulte tan llamativa que necesitemos poner el foco sobre ella

Imagen promocional de 'Licorice pizza', de Paul Thomas Anderson

Imagen promocional de 'Licorice pizza', de Paul Thomas Anderson

Desirée de Fez

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No sé en qué momento empezaron a resultarnos exóticos, hasta sorprendentes, el optimismo, la calidez y la posibilidad de cierta inocencia en las películas. Pero son exóticos, y eso es malo y es bueno. Es malo porque pone en evidencia que, de algún modo, el cine de los últimos años ha estado secuestrado por el pesimismo y cierta tendencia a la oscuridad. Tanto el comercial como el minoritario. Hay excepciones, pero eso está ahí. Y está ahí por razones obvias. La primera, que no están las cosas como para tirar cohetes. La segunda, que (afortunadamente) parte importante del cine contemporáneo se ha comprometido con los tiempos, y hoy comprometerse con los tiempos supone poner en evidencia muchas cosas que están mal, que son injustas, que son prácticamente imposibles de abordar desde una posición optimista. Pero también hay algo positivo en que la luminosidad de una película, de una obra artística en general, nos resulte tan llamativa que necesitemos poner el foco sobre ella. Básicamente porque, de alguna manera, insinúa nuestras ganas de que la ficción contemporánea amplíe las maneras (y los humores) de acercarse a las historias, y eso incluye las películas contadas en positivo, lo que no quiere decir que no tengan tristeza, conflictos y dramas dentro. Me vienen a la cabeza tres ejemplos, dos de ellos cinematográficos y uno literario, de obras que ponen en evidencia esa necesidad de que la ficción contemporánea se sacuda un poco la gravedad y la pesadumbre.

Una es una de las películas de género fantástico más importantes de los últimos años: 'Mona Lisa and the Blood Moon' (2021), en la que la directora Ana Lily Amirpour aparca la oscuridad de sus anteriores películas. Habla en ella de marginalidad, personajes inadaptados y un puñado de injusticias, pero lo hace a través de una fábula que destila luz. Otra es un libro, el nuevo de Laura Fernández, que no he podido evitar incluir en este artículo, porque su autora tiene el don de ser tan literaria como cinematográfica. Así, hasta el punto de descubrirme apuntando en los márgenes el nombre de los actores a los que imaginaba en una soñada adaptación al cine. Hay temas complejos en ese libro, entre ellos el abandono y la ficción como una prolongación (a veces salvadora y a veces lo contrario) de nosotros mismos. Pero todo se explica desde la celebración luminosa de la posibilidad de imaginar, contar historias y darse la oportunidad de perderse (a voluntad) en ellas. Y la tercera es una película que aún no he visto y no puedo esperar a ver: 'Licorice Pizza', de Paul Thomas Anderson. Muchas críticas destacan el encanto, la magia, la sencillez y el candor de lo nuevo del director de 'El hilo invisible' (2017). Ponen en valor eso, hablan de la calidez de la película como si fuera lo más extraño del mundo. E insisto, esa sorpresa está mal y está bien. Está mal porque prueba que la ficción de estos años se ha ahogado en su gravedad, también en su cinismo. Y está bien porque confirma que necesitamos contar y que nos cuenten las cosas desde otros lugares más luminosos. Si lo ha hecho un maestro como Paul Thomas Anderson es porque es urgente.

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