Premio Princesa de Asturias

Luis Sánchez-Merlo

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Mesas más largas, muros más bajos

José Andrés, el chef filántropo, fundó una ONG en 2010 y desde entonces viene facilitando alimentos a damnificados en emergencias alimentarias y sociales

José Andrés en los premios 'Princesa de Asturias'.

José Andrés en los premios 'Princesa de Asturias'. / La Nueva España

Un cocinero ecuménico, José Andrés (JA), que este año recibió, en el remozado Teatro Campoamor, el premio Princesa de Asturias de la Concordia se enfrentó a su discurso, bromeando: “Con un culín de sidra esto sería más fácil”. 

Fue una intervención útil, sin rodeos: “Creo que hay un camino mejor para el mundo si entendemos el poder de los alimentos. Este premio no es solo para mí, sino que lo comparto con la gente que alimenta a los hambrientos y eleva a las comunidades a través del poder de la comida”. 

Escoltada con una reflexión personal: “Como voluntario, me di cuenta de que las personas sin voz y sin rostro no quieren nuestra limosna, quieren nuestro respeto y su dignidad. Y ese es el poder que tiene un plato de comida".

Profeta en su tierra (Mieres,1969), el chef filántropo compartió el premio con una ONG, World Central Kitchen (WCK), que fundó en 2010 y desde entonces viene facilitando alimentos a damnificados en emergencias alimentarias y sociales -erupciones volcánicas, huracanes, terremotos, incendios- que se suceden sin pausa en el mundo.

Poniendo por testigo a una atenta heredera, hizo una intencionada declaración de principios: “Estoy orgulloso de ser asturiano, catalán, español y americano a la vez. Me siento como un inmigrante del mundo, construyendo puentes y entendiendo que el mundo necesita mesas más largas en las que la comida pueda servir para unirnos y no muros más altos que nos separen".

Durante la pandemia, JA organizó el reparto de alimentos en Madrid, Barcelona, Soria, Segovia, Sevilla y Bilbao. Y recordó que esos inmigrantes, "que muchos no quieren”, han hecho posible que hubiese comida en la mesa, porque son los que, trabajando en el campo, cargaban camiones o llevaban colaciones a las residencias. 

Empachado de ‘discursos y palabras vacías’, el cocinero descargó evidencias: “No se pueden hacer conferencias sobre el hambre sin invitar a nadie que pase hambre. Yendo al grano: “Tenemos que dejar de desperdiciar el 40% de alimentos que producimos”. Y concretando las ganancias: “Si a diario proporcionamos comidas sanas a nuestros niños y mayores, mejorará la salud y ahorraremos dinero. Podemos llevar la estabilidad y la paz a distintas partes del mundo, pero solo si nos aseguramos de que las familias tienen alimentos en la mesa".

Hijo de enfermeros, relató con orgullo que vio como sus padres sobrepasaban los límites del deber para cuidar a los demás. "Las personas sin voz y sin rostro, esas personas que parecen sombras en la niebla, necesitan a personas que las cuiden". 

Y siguiendo con las cosas de vivir y comer, anunció que su parte del premio (50.000 euros) la donará para los damnificados por la erupción volcánica en la isla canaria, donde diariamente da de comer a entre 1.500 y 2.500 personas: “Mi corazón, como sé que está el de todos ustedes, está con la gente de La Palma, que no debe ser olvidada en este momento. Seguiremos estando allí al lado de la gente, hasta que no nos necesite”. 

Comprometido a duplicar la cantidad del premio, tanto por su parte como por su esposa, a la que dedicó el galardón: "No lo iba a hacer, pero tengo que hacerlo (...) Te quiero mucho, Patricia. Esto es tanto tuyo como mío".

Llegó hace treinta años a los Estados Unidos, a bordo del Juan Sebastián Elcano donde estaba haciendo ‘la mili’, como ayudante de cocina, y decidió establecerse allí. Antes de hacerse empresario (ahora propietario de más de veinte restaurantes), a finales de los años ochenta fue discípulo, en el Bulli, de Ferran Adrià, “que no se contentaba con nada, era un transgresor y se preguntaba el porqué de todo”. Juntos han abierto en Nueva York: ‘Mercado Little Spain’, 3.200 metros cuadrados de marca España.

Fervoroso lector de Steinbeck, 'Las uvas de la ira' le marcó la vida: «Allá donde haya una lucha para dar de comer a lo hambrientos, allí estaré»; terminó su perspicaz alegato parafraseando al jurista francés y filósofo Brillat-Savarin, escritor del primer tratado de gastronomía, 'Fisiología del gusto' (1825), que ya condicionaba el futuro a que el mundo se alimente mejor, donde la comida sea la solución y no el problema. «El destino de nuestra nación depende de cómo alimentamos a nuestros ciudadanos más vulnerables durante las crisis». 

Mientras el 'orbayu' arreciaba sin templanza, ya dentro del chigre, suspiró: “Oricios y sidra… ¡Viva Asturias!”. 

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