El auge de los populismos

No saben que están muertos

Demasiados ciudadanos favorecen con su mitomanía que las elecciones las ganen extremistas con una imagen cada vez más grotesca

Abascal

Abascal / A. Pérez Meca / Europa Press

Jordi Nieva-Fenoll

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Hay escenas inmortales en la historia del cine. Pasan los años y esa escena vuelve una y otra vez a la memoria en conversaciones, o simplemente recordada en solitario. A veces son increíblemente evocadoras. Es lo que sucede con una de las escenas culminantes de ‘El sexto sentido’. La película tiene muchos más momentos impactantes, pero en el que me refiero, el niño protagonista –Haley Joel Osment– le confiesa “su secreto” a Bruce Willis. Al margen de la frase que todo el mundo recuerda, añade el actor unas palabras que explican tantas cosas: “Solo ven lo que quieren ver; no saben que están muertos”.

Esa frase describe muy bien al ser humano actual en nuestras sociedades inundadas por redes y medios de comunicación. Hubo un tiempo muy largo en que las personas se engañaban relativamente poco. Recurrían a varias creencias, mitos y supersticiones para soportar la adversidad –particularmente la muerte–, pero sabían de qué dependía su supervivencia y era prácticamente lo único que les ocupaba. No vivían pendientes de la política e ignoraban la mayoría de lo que sucedía en sus territorios. Conocían la actualidad a grandes rasgos, pero solo le daban importancia en lo que afectaba a su día a día. Otros que vivían en ciudades procuraban estar más informados por libros, confidencias del poder o habladurías, pero tampoco sabían mucho más. Lo importante era lo más local. Lo demás era cosa de otros. La enorme mayoría no sabía ni leer.

Ahora la mayoría de la gente está alfabetizada y tiene acceso a mucha información, lo que debería conferir un mayor sentido del realismo más allá de la mera supervivencia. Pero sin embargo, esa antigua tendencia a acercarse a los mitos, a lo irreal, sigue existiendo con una potencia tal que los asesores electorales de los políticos recomiendan incentivarla. El mito de la pertenencia a un país, a una idea política o a un ideal de sociedad persuaden a la enorme mayoría de la gente, que cree realmente que cuando vota a sus políticos, estos harán realidad esos ideales, aunque la enorme mayoría de las veces ningún político explique lo básico: cómo va a conseguir esos objetivos. Como elección tras elección, lógicamente, esas metas idealizadas no se cumplen, una parte del colectivo de votantes se va alejando del pragmatismo y de la democracia en busca de la “pureza” para conseguir por fin el ideal, lo que favorece a opciones políticas extremistas que solo buscan llegar al poder para perpetuarse ya sin alternancia. Y no pocos ciudadanos, hartos de las mentiras de esos políticos que tanto prometieron, apoyan a esas opciones extremas. Ya ha ocurrido antes y por desgracia puede volver a ocurrir, con resultados siempre desastrosos muy bien conocidos.

El problema es que esos objetivos prometidos suelen ser irrealizables, también para los partidos extremos. O bien supondrían un coste tremendo en términos económicos y sociales que ninguno de esos votantes tan puros y comprometidos se pueden imaginar. Piensan que ese objetivo es una especie de paraíso, de tierra prometida de la que siempre manará leche y miel. El recurso al mito por parte de los dirigentes es ciertamente antiguo... Pero su intensidad actual es sorprendente, sabiendo todo lo que hoy en día sabemos. La evolución científica no debería haber sido en vano. Y la consciencia de lo que supone la democracia debería estar ya consolidada, sobre todo en los países que vivieron dictaduras relativamente recientes.

Pero no es así. Muchos ven solamente lo que quieren ver, lo que favorece que los políticos sigan mintiendo. Si algún día los votantes despertaran, a los políticos les sería bastante más complicado mentir, y sobre todo se impediría que muchos de ellos utilizaran el ejercicio del poder solamente para repartir cargos y contratación pública entre sus amigos y afines mientras siguen silbándoles a sus fieles la melodía embriagadora que quieren oír. Lo curioso, además, es que la enorme mayoría de dichos fervorosos fieles no recibe ni un céntimo de ese reparto de contratos y cargos…

Demasiados ciudadanos favorecen con su mitomanía que las elecciones las ganen extremistas con una imagen cada vez más grotesca. Igual que en la ciencia, la única solución es la renuncia al mito y el acercamiento a la realidad.

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