La erupción en La Palma

Hipnotismo del volcán

Las escenas que más me impactan son las de la gente que tiene que dejar su casa de un día para otro

La erupción del volcán de La Palma

La erupción del volcán de La Palma / EFE / ÁNGEL MEDINA G.

Jordi Puntí

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Hace ya más de un mes que el volcán de La Palma entró en erupción y entretanto nos hemos convertido en unos entendidos en la cuestión. Como mínimo, entendidos en la contemplación de la lava y la destrucción que deja a su paso: a veces me meto en uno de esos canales que ofrecen la erupción en directo, a Youtube, y me sorprende ver que en ese momento hay más de 800 personas mirando las mismas imágenes hipnóticas y repetitivas, con el único sonido de fondo del bramido de la bestia. Otro punto de interés es todo lo que sucede en los márgenes del volcán: los perros que han quedado atrapados y son rescatados, el turismo de catástrofes que visita la isla los fines de semana, o las imágenes de la colada que avanza por las calles y engulle un chalet o una gasolinera, con esa calma amenazadora de las viejas películas de terror.

Pero las escenas que más me impactan son las de la gente que tiene que dejar su casa de un día para otro. Pienso en la tenacidad con la que cargan sus objetos preciados: los muebles, los electrodomésticos, la máquina de coser que quizá ya no usan, pero también, claro, los álbumes de familia, los libros, los juguetes, el cuadro del comedor, la ropa... Todo lo que los hace sentir que se llevan la casa —el hogar— y dejan atrás solo el armazón, con todo el dramatismo que significa tener que huir. En la prisa y en sus rostros llorosos resuena la tragedia de los que se tienen que ir al exilio, los refugiados que se marchan dejando un país en guerra, los emigrantes que llenaban maletas y fardos para ir a buscar trabajo. De estas sensaciones al límite ha hablado con emoción y tacto Marta Marín-Dòmine en su libro ‘Huir fue lo más bello que tuvimos’ (Galaxia Gutenberg). “El tesoro de los pobres”, así describe esos bultos cogidos a toda prisa, como si pudieran ser consuelo para el trasiego posterior, cuando por fuerza llegan a un destino que difícilmente será definitivo. Veo las furgonetas cargadas al pie del volcán, bajo las nubes de ceniza, y pienso en la incertidumbre de cerrar una puerta detrás de ti y no saber si la volverás a abrir nunca más. De hecho, no saber siquiera si mañana aun existirá esa puerta.

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