Editorial
Editorial

Editorial

Los editoriales están elaborados por el equipo de Opinión de El Periódico y la dirección editorial

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

El lunes negro de Facebook

Es sobre todo el rechazo social lo que puede hacer, por ejemplo, que el gigante se replantee proyectos como el servicio de Instagram para niños

Zuckerberg

Zuckerberg / economia

La caída, durante casi seis horas, de las populares aplicaciones de Facebook, Instagram y WhatsApp provocó una tarde de desconcierto para los usuarios acostumbrados a sus servicios y un lunes negro en el seno de las sociedades regidas por Mark Zuckerberg, fundador y consejero delegado del gigante tecnológico. Un error en la actualización de sus sistemas hizo que la propia Facebook se hiciera desaparecer a sí misma en internet, hasta el punto de que la necesidad de solucionar manualmente el problema hizo que la interrupción se alargara de forma insólita. Lo suficiente para que hasta 2.600 millones de usuarios pudieran descubrir su grado de dependencia del imperio de Zuckerberg en forma de ansiedad, de alivio, de indiferencia o, en términos más prácticos, de serios problemas operativos en las actividades empresariales altamente ligadas los canales mencionados.

El colapso afectó a Facebook con una caída en bolsa del 5,5% del valor de sus acciones y una espectacular pérdida del extenso patrimonio de Zuckerberg en unos 5.900 millones de dólares. El descenso, sin embargo, no se debió solamente al notable apagón informático, sino a las repercusiones de las filtraciones publicadas en septiembre sobre las interioridades de Facebook en 'The Wall Street Journal' y a la aparición televisiva de la persona que las hizo posibles. Las confesiones de Frances Haugen, que fichó en 2019 por la compañía para centrarse en la lucha contra la desinformación en pleno debate de las elecciones americanas, revelan básicamente que en todo momento la consecución de más beneficios y la expansión de su audiencia guiaron las decisiones de la compañía por delante de consideraciones de bien público. En estos términos, nada que no sea habitual en una economía de mercado. Aunque este caso, la ocultación de que la compañía era consciente de los perjuicios creados en el funcionamiento del sistema democrático y la salud mental de la población adolescente hace que pasemos de hablar de los legítimos intereses comerciales de una compañía a un problema público. ¿Hasta qué punto, nos podríamos preguntar, las tecnológicas están repitiendo la actitud que sostuvo la industria de los combustibles fósiles ante el cambio climático o la del tabaco ante las consecuencias del hábito de fumar? 

En el primer caso, aun siendo conscientes de que la polarización ideológica, a base de noticias falsas o de intervenciones sesgadas, se acrecienta con la manera de regular la información por parte de Facebook, la compañía intervino con muy poca rotundidad contra el discurso del odio, porque era palpable que a más confrontación más difusión, más tiempo invertido ante el ordenador. Algo parecido, en Instagram, en relación a la visión del propio cuerpo y a les efectos negativos de una falsa belleza ideal sobre todo entre chicas jóvenes. Si la lógica económica dirige los intereses de la compañía en un sentido, los poderes públicos han de plantearse la posibilidad de medidas regulatorias o de protección del menor que en ningún caso cuestionen la libertad de expresión. Aunque es sobre todo la sensibilización de la sociedad la que puede hacer, o no, que por ejemplo el gigante se replantee su proyecto de Instagram para niños.

Hemos visto hasta qué punto un gigante tecnológico puede tener los pies de barro. Una cura de humildad acentuada por el hecho de que muchos de los usuarios más jóvenes de otras plataformas más reciente contemplaran desde la distancia el gran apagón de Facebook, al que ven como la red de generaciones mayores, y Whatsapp, objeto de variados recelos.  n