Obituario

Antonio Franco, entre golosos y glotones

Tuvo poder y lo perdió. Pero tuvo autoridad y no la perdió nunca

Antonio Franco durante su parlamento como ganador del premio Antonio Asensio de periodismo

Antonio Franco durante su parlamento como ganador del premio Antonio Asensio de periodismo / Julio Carbó

Joaquim Maria Puyal

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No puedo desatender, en conciencia, la invitación que me cursa el director de este periódico. Me lo pide por favor, pero para mí es obligatorio hacer una excepción y contribuir al perfil público de Antonio Franco que hoy se dibuja en la memoria colectiva. Esto quiere decir, claro, alzar la voz y reclamar para este hombre que nos acaba de dejar el lugar que en justicia le corresponde en la historia del periodismo y, también, en la de nuestro país. Sin gente como él, las cosas habrían ido aún peor.

Él era un periodista, claro. Pero su contribución fue mucho más trascendente que hacer reportajes, crónicas, artículos o columnas de opinión. Entendió que para que los periodistas puedan trabajar con responsabilidad es necesario que las empresas donde trabajan respeten un marco de valores. Y él, que no era —ni quería ser— empresario ni político, se vio empujado a entrar en la órbita de los poderes. Zona de alto riesgo. El periodismo es goloso y los poderes, glotones. Si Antonio no salió muy trasquilado del empeño fue gracias a su inteligencia que le permitía ponerse en la piel del otro. Y, también, a aquel punto pillo de chaval de barrio, como dice Josep M. Muñoz en un excelente ejercicio de oralidad transcrita acabado de publicar.

Franco era mucho Franco. Cuando había que decir basta, des de la atalaya de su imponente figura, se lo decía a quién hiciera falta. Y como le interesaba poco el dinero se quedaba tan pancho. Entonces, cuando volvía a la redacción, toda su gente veía en él al líder que tanto necesita cualquier empresa colectiva. Antonio lo era —y potente— porque predicaba con el ejemplo. Un hombre bueno, cargado de talento, trabajador hasta límites insospechables y con objetivos nobles orientados a hacer un mundo mejor, ¿cómo no había de tener siempre un ejército de periodista atrás dispuestos a conquistar los territorios de la utopía? Tuvo poder y lo perdió. Pero tuvo autoridad y no la perdió nunca. Porque la autoridad te la reconocen y, hasta hoy, no he conocido a nadie que, habiendo estado a sus órdenes, me contradiga.

En cierta ocasión, muerto el general Franco, los responsables de TVE en Catalunya me encargaron la preparación de un informativo semanal, para la segunda cadena, titulado '7 días 2'. Solicité ayuda a Antonio que, por aquel entonces, había dejado el 'Brusi'. Gracias a su coraje y audacia, me atreví a confiar en unos jóvenes que, más tarde, han sido muy destacados periodistas. «Puyal, vas a llenarme esto de rojos», me dijo el jefe de la tele. El programa no duró más de cuatro meses en antena. Pero yo aprendí que a veces, en la vida, el fruto del esfuerzo no es inmediato.

Veinte años más tarde, fue él quien me vino a buscar. Aunque, como es natural, nuestros puntos de vista no eran siempre coincidentes, me concedió total autonomía para crear, organizar y dirigir una cadena de radio en catalán con cobertura en toda Catalunya dentro de la estructura empresarial del Grupo Zeta. En el despacho de Antonio Asensio, en Madrid, tardamos menos de dos horas en ponernos de acuerdo. Solo faltaba que el gobierno de Catalunya nos concediera las frecuencias para la emisión. Para mí era una gran oportunidad porque podía, gracias a la confianza de Antonio Franco, llevar a cabo una vieja aspiración personal y profesional. En su coche recorrimos las capitales catalanas explicando el proyecto. Pero aquello no salió bien porque los políticos del momento no nos consideraron lo bastante adecuados. Y yo aprendí que el legítimo orgullo de aspirar a una razonable independencia profesional a veces, en la vida, tiene un costo que hay que asumir. Porque sale a cuenta.

Ahora que Franco nos ha dejado, puedo asegurar que es tan difícil haber trabajado con él y no admirarle como haberlo conocido y no recordarlo con profunda estima.

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