Literatura

Rosa Ribas

Escritora

Rosa Ribas

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Un lugar seguro

Siempre te pueden pasar cosas. Tal vez de alguna de estas experiencias nazca un relato, una novela, una columna. Es una suerte, entonces, ser escritora

El escritor estadounidense David Sedaris

El escritor estadounidense David Sedaris

Antes de dejar Alemania y mudarme a Barcelona tuve la enorme suerte de ver en casa de unos amigos una clase magistral en línea ofrecida por el humorista y escritor estadounidense David Sedaris. El humor de Sedaris parte de la premisa de que los seres humanos somos por lo general bastante ridículos. Sedaris nos observa y se observa desde una mirada a la vez ácida y tierna. Toda su obra está marcada por una autoironía, que es también una actitud ante la vida. Así, por ejemplo, en 'Santaland Diaries' cuenta sus aventuras cuando trabajó haciendo de elfo de Santa Claus en los grandes almacenes Macy’s. En otra de sus obras, 'Me Talk Pretty One Day', relata sus vivencias cuando se mudó a Francia con Hugh, su pareja, y sus ímprobos esfuerzos por adaptarse a la vida allí y aprender (atención, destripe) en vano el idioma.

Digo que fue una suerte ver esta clase magistral porque, en ella, Sedaris hablaba de cómo todas sus experiencias se convierten en literatura y de que ser consciente de ello le ha ayudado en momentos difíciles (por dramáticos, ridículos, incómodos…) porque, mientras le estaba sucediendo, siempre había una parte de él que se decía “algún día escribiré sobre esto”. Sedaris se preguntaba, además, cómo se las arregla la gente que no escribe para afrontar todo tipo de vicisitudes. Porque siempre nos pasan cosas,

Siempre te pueden pasar cosas. Está bien. Bueno, y aunque no lo estuviera, no por eso dejarían de pasar. Tal vez de alguna de estas experiencias nazca un relato, una novela, una columna. Es una suerte, entonces, ser escritora.

Es importante encontrar lugares seguros, pequeños refugios, donde sientes que nada peligroso o desagradable puede suceder, donde te puedes meter durante un rato y descansar

Pero hay veces en las que querrías decirle a la vida que de momento ya está bien, que tu depósito de experiencias está bien abastecido, que no hace falta que embuche más, que el hígado de tu imaginación no es para hacer foie gras.

Por eso es tan importante encontrar lugares seguros, pequeños refugios, donde sientes que nada peligroso o desagradable puede suceder, donde te puedes meter durante un rato y descansar.

La semana pasada estuve en un lugar así. Es una pequeña peluquería en un barrio del Prat de Llobregat. Allí van mi madre y mi hermana. Y muchas señoras del barrio. Es a la que he ido yo siempre que he estado de visita en Barcelona. Es a la que he vuelto ahora que vivo aquí. No solo porque lo hagan bien, que lo hacen, sino porque es un lugar en el que tengo la impresión de que no me puede pasar nada malo. Hace tiempo que no encontraba un sitio así.

No sé exactamente a qué se debe. Es la suma de muchos detalles. Como que la puerta, si no está ya abierta, se abra sin parar porque siempre hay alguien que se asoma a saludar. Es la ternura con que Mari Ángeles atiende a una cliente anciana, cómo la toma de la mano para ayudarla a moverse, le hace carantoñas, le dice lo guapa que está. Es Eugenia, una cliente apasionada de la lectura, comentando lo último que han leído en el club de lectura y haciendo gala, después, de una extraordinaria memoria. Es el runrún de los secadores, el agua caliente empapándote el pelo, el olor limpio del champú, la toalla que te frota la cabeza y te aísla por unos segundos del mundo y, cuando vuelves a él, aparece tu hermana para decir que va al supermercado y pregunta a las dos peluqueras si necesitan algo. Es el sonido de las tijeras de Carmen cuando empiezan a cortar.

De pronto, se escuchan un frenazo y un grito en la calle. Alguien sale a mirar qué ha pasado. Yo estoy en mi silla con el pelo húmedo y una toalla sobre los hombros. “Por favor, que no sea nada, que no sea nada, que no pase nada hoy". No ha sido nada. Solo un frenazo y un grito. Ya está. Podemos seguir hablando sobre las ventajas y desventajas de la digitalización en España, sobre la imposibilidad de hablar con gente cuando se necesita algo, sobre el atraso informático en Alemania, mientras las tijeras van dando forma a mi pelo y a mi cabeza, mientras otra cliente entra para pedir hora y, ya que está allí, se queda a charlar un rato. Es un sitio donde te conocen. Y sientes que estás en un lugar refugio, en un lugar seguro, donde no te puede pasar nada. Aparentemente. Porque la suerte de los escritores es también la condena de los escritores, incluso cuando pensamos que no nos pasa nada, nos está pasando algo que tal vez saldrá en un relato, en una novela o en esta columna.

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