La nota

La foto del alivio

Sánchez y Aragonès son valientes. Buscan acuerdos que no serán fáciles y afrontan el escepticismo y la crítica de una parte de los suyos

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el 'president' de la Generalitat, Pere Aragonès

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el 'president' de la Generalitat, Pere Aragonès / Ferran Nadeu

Joan Tapia

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En Catalunya hay tanta acumulación de fechas históricas que no han llevado a ninguna parte, que una elemental higiene mental obliga a la prudencia. Cada día miro con atención los cuatro diarios en papel que se editan en Barcelona y los cinco de Madrid. El jueves, la parte principal -casi la totalidad- de cada portada estaba ocupada por la foto de Pedro Sánchez y Pere Aragonès en el Palau de la Generalitat reiniciando “sin prisas, pero sin pausas y sin plazos” la mesa de negociación entre los dos gobiernos. Quizás no sea una foto histórica, sí es significativa.

Ya el día anterior impactó el tono mesurado de las intervenciones sucesivas de los dos presidentes en la galería gótica del Palau. Ambos afirmaron que sus posiciones de salida no solo eran diferentes, sino que estaban muy alejadas, pero que -pese a ello- tenían la voluntad de iniciar el diálogo para encontrar puntos de encuentro. Para Aragonès, el punto de partida es el de los votantes catalanes del 1 de octubre del 17 reprimidos por las fuerzas policiales. Y pide referéndum y amnistía. Pero su discurso estuvo lejos del unilateralismo. Sánchez es el jefe de Gobierno de un Estado cuyo Tribunal Supremo condenó a los dirigentes independentistas. Cierto, hace poco los indultó parcialmente, pero apoyó el 155 y cree en el marco constitucional.  

¿Cómo enjuiciar pues la cita del miércoles entre los dos presidentes? EL PERIÓDICO de este jueves decía con gran realismo: 'Se sientan y hablan'. Es lo que pasó... después de todo lo mucho que ha pasado. Diría que la del miércoles es la foto del alivio. Estoy seguro de que muchos catalanes -y españoles- sintieron alivio ante una foto que indica que la repetición de los graves choques de los últimos 11 años (desde la sentencia del Constitucional sobre el Estatut) no es ineludible. Que quizás se puedan superar.

Sánchez sabe que el enfrentamiento continuo con la Generalitat de Catalunya, que gobierna la quinta parte de la población y el PIB de España, no es un buen camino. Aragonès constata que el unilateralismo de 2017 no solo no ganó, sino que no es aprobado en Europa. Y que el progreso de Catalunya es poco compatible con un clima de insurrección moral -y a ratos callejera- de la mitad de su población. 

Sánchez y Aragonès son valientes. Primero, porque renuncian a lo trillado. Repetir cada uno sus razones, que las tienen, y culpar de todo al contrario. Segundo, porque corren serios riesgos políticos y electorales. En el resto de España la gran mayoría de la derecha -y de sus medios de comunicación- dicen que con la sentencia se debió acabar el problema (la letra con sangre entra), son contrarios a los indultos y acusan a Sánchez de ceder al separatismo. Incluso hablan de pactos “diabólicos”. 

En Catalunya, una parte excitada del independentismo (la ANC) exige a Aragonès otra DUI inmediata, sin explicar cómo no acabaría como la de 2017. Y JxCat, la mitad del Gobierno, cree que la mesa desmoviliza, sin ofrecer alternativas. ¿Quieren volver a las pancartas de Torra, retiradas minutos antes de la llegada de los Mossos? Y ya hay acusaciones de traición y gritos ensayados de “botiflers”.

Sánchez y Aragonès emprenden una ruta muy complicada porque ambos saben que repetir lo de los últimos 11 años es un camino de perdición. ¿La piscina del realismo -España no es Francia sino una nación de naciones y el 50% de Catalunya es solo el 50%- tiene agua suficiente? Hoy, quizás no. Pero acuerdos razonados y pragmáticos podrían elevar el nivel del agua.

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