Las restricciones por la pandemia

La felicidad es un toque de queda

Es aterradora la enorme cantidad de catalanes que están dispuestos a que los gobernantes les recorten los derechos, aunque sea ilegalmente

Jóvenes de botellón en la Barceloneta.

Jóvenes de botellón en la Barceloneta. / Jordi Otix

Albert Soler

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Lo más aterrador de la resolución del TSJC no es que demuestra que el ‘governet’ lo forman una pandilla de inútiles que, conscientes de su ineptitud, si pudieran se saltarían todas las normas habidas y por haber, para conseguir sus propósitos. Eso lo sabíamos ya desde 2017, cuando intentaron endosarnos por la fuerza la ‘republiqueta’ que habían soñado en una noche de desmadre etílico, hay quien ve elefantes rosas y hay quien ve ‘republiquetas’ del mismo color. No, lo más aterrador es la enorme cantidad de catalanes que están dispuestos a que los gobernantes les recorten los derechos, aunque sea ilegalmente, qué digo, mejor si es ilegalmente. Eso sí que da miedo, ya que demuestra que somos un pueblo de corderitos, lo cual, bien mirado, tampoco es ninguna sorpresa: como cada año, el próximo 11-S el rebaño cumplirá puntualmente con el ritual de la trashumancia, bajando de los pastos altos hasta los de la capital. Los corderos, vale la pena recordarlo, acaban trasquilados, esto si tienen suerte y no terminan en el matadero.

En general, los catalanes no queremos gobernantes, queremos amos, que es más cómodo obedecer que pensar. Necesitamos de alguien que nos ordene lo que tenemos que hacer, ir a dormir a la una de la madrugada, pongamos por caso, así podemos quedarnos en casa sin remordimientos. Todos y por obligación. Un catalán puede soportar sin problema vivir amargado, de hecho ese es su estado natural, lo que no puede sufrir es que otros no vivan así. El ‘governet’ lo entendió rápido, por eso intenta por todos los medios, sobre todo por los ilegales, arrebatarnos el mayor número de derechos. Un pueblo sin derechos es un pueblo feliz, puesto que no debe pensar. Lo único que quiere lo ‘governet’ encerrándonos en casa por decreto, es nuestra felicidad.

Uno de los mejores amos que tuvieron los catalanes fue Franco, por eso aquí fue tan querido. Ay, el franquismo, aquello sí que era vivir sin preocupaciones, uno sabía siempre lo que debía hacer, sin que ningún juez se inmiscuyera. Todavía los hay que lo añoran, eso explica que haya tantos partidarios del toque de queda por motivos de orden público e incluso morales, que hay jóvenes que aprovechan la noche para besarse y quien sabe qué otras cosas.

-¡Todo el mundo en casa encerrado, así no habrá ni ruido ni embarazos no deseados!

Algún cerebro pensante del ‘governet’ creyó que cerrando los bares durante las noches de verano, los jóvenes se recogerían en casa a leer una novela de Pilar Rahola o el dietario de ‘Presidentorra’, a bordar una estelada o a ensayar el Cant de la Senyera. Sorprendentemente, en lugar de eso, los jóvenes se dedicaron a reunirse, escuchar música, beber y reír. Increíble. ¿Cómo es posible? ¿Qué ha fallado?

La solución es un toque de queda a la carta, como el que santamente preveía el ‘governet’ para que fuéramos felices. Se terminarían no solo los botellones, también los robos nocturnos, los accidentes de coche nocturnos, los ruidos nocturnos, las borracheras nocturnas e incluso la iluminación nocturna, que ya no sería necesaria y eso que ahorraríamos de energía, Catalunya siempre verde. También se terminaría la vida nocturna, quizá incluso la diurna, no sé por qué debería limitarse a las noches esta vida maravillosa. Un toque de queda perpetuo, he aquí lo que querrían muchos catalanes. Si los amos nos quieren siempre en casa, a los siervos nos toca obedecer.

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