Con la boca ‘prestá’
Dice Carmen Camacho en ‘Deslengua’ que habla con boca ‘prestá’, y cuando dice hablar, quiere decir ver, sentir, vibrar, pensar
Silvia Cruz Lapeña
Periodista y Jefa de Actualidad en Vanity Fair
Silvia Cruz Lapeña
Dice Carmen Camacho en ‘Deslengua’ que habla con boca ‘prestá’: la de su abuela Carmen y la de su tía Dolores, las mujeres que la enseñaron a hablar. Y cuando dice hablar, quiere decir ver, sentir, vibrar, pensar. Un habla de casa, de dentro, de siempre. Un habla que le ha hecho, no tengo duda, escribir como escribe: brillantemente.
Su libro está compuesto de coplas hechas a partir de ese material: “Que nada permanece / que todo huye / se pierde de sí mismo / quien de sí huye”, sentencia la autora acercando al mismo Heráclito hasta el río Víboras, el de Alcaudete. Allí nació, jiennense, dos años antes que yo y a pocos kilómetros de donde pasé parte de mi infancia y mi adolescencia entera. No la conozco, pero sé que perdonará esta insolencia de acercar su vida a la mía como si me pertenecieran su escritura, su abuela, su tía y sus bocas. Pero es que me pertenecen: lo confirma la imposibilidad de leer en voz alta tantas frases ahí impresas que me ciegan la garganta.
Leerla me ha recordado el día que caminando por otro mundo lleno de coplas, el del flamenco, me topé con Sara Arguijo. Para el mundo es periodista, para mí es vida. Cuando la conocí, me reconcilié al instante con muchas de las cosas de una Andalucía de la que me fui y a la que hoy vuelvo siempre sin querer quedarme pero muy en paz. Ella, claro, fue quien puso en mis manos este volumen que ha editado Libros de la Herida.
Carmen habla con boca ‘prestá’ y yo escribo con yemas ajenas. Lo siento en cada pulsación que le aplico a las teclas. Se las robo no solo a las que leí, sino también a las que oí y oyeron otras. Carmen, Sara, Raquel, la hermana que elegí, como me eligió a mí, porque también con ella comparto ese lenguaje privado que la gente desprecia porque es popular y nace rimando. Siento una corriente entre nosotras, un caudal, que nada tiene que ver con el pueblo, ni con oponer el olivar al cemento. Cuánto poder quita al acto de elegir estar siempre eligiendo. Qué riqueza la de poder estar a veces solo mirando, susurrando, oyendo. Eso es el lujo. Comparar, dudar y, por qué no, callarse: no un tomate que huele a tomate.
En el patio de mi casa también se cotilleaba, como tras la ventana del cuarto de costura donde mi abuela se ocultaba para pasar lista de quién iba y quién faltaba en cada cortejo fúnebre que atravesaba la calle. Y así, siempre y sin variar, acababa su repaso: “A saber la delantera que el muerto nos llevará”. ¿Fatalista? Pues a mí, la primera vez que en el colegio me hablaron del ‘carpe diem’, me pareció oír a mi yaya diciendo aquello. No todo en su boca era acierto, pero oyéndola aprendí a entenderla y, no sin dolor, a descartarla. “La izquierda por la derecha / azúcar por sal marino / en el cajón de las medias / los paños de la cocina”.
Todo lo que se expresa muere al decirse menos nosotras. Por eso, aunque leer a Camacho me hace llorar, quiero usar ahora mis dedos para plasmar aquí una serrana que ella recuerda: “Y así decía: no quiero entristecerme con alegrías”.
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