Secuelas, precuelas y reestrenos

Borrachera de nostalgia

Con las series de televisión clásicas las plataformas de ‘streaming’ han aprendido una lección valiosa: la audiencia vuelve una y otra vez a lo que conoce cuando existen asociaciones positivas

Catherine Zeta-Jones será Morticia Addams en 'Miércoles', la nueva serie de Tim Burton

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Elena Neira

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Últimamente no hay semana en la que no se anuncie alguna secuela, precuela, relanzamiento, especial o cualquier otra fórmula narrativa dispuesta a estirar el chicle de una serie exitosa en el pasado. Para muchos esta es la mejor demostración de que el audiovisual se está quedando sin ideas. Discrepo. Ideas hay, pero el contexto es cada vez menos fértil a la novedad. Las series de televisión ahora se las tienen que ver con un espectador saturado de oferta y con la atención más esquiva que nunca. Este nuevo tipo de audiencia, cada vez más perezosa y con menos ganas de descubrir cosas nuevas, es la que explica este idilio con la nostalgia. Conseguir unos niveles de audiencia aceptables para una serie de estreno es mucho más difícil ahora. La cantidad de propuestas que llegan a los servicios de ‘streaming’ semana a semana convierte la promoción en un doble reto. Primero, conseguir que un espectador potencial sepa que ese contenido se estrena. Y luego seducirle lo suficiente para que quiera verla. Y es ahí donde mirar al pasado parece dar mejores resultados.

Con las series de televisión clásicas las plataformas de ‘streaming’ han aprendido una lección muy valiosa: la audiencia vuelve una y otra vez a lo que conoce cuando existen una serie de asociaciones positivas. Recuperar una historia, explicar cómo empezó todo o qué pasó después es la evolución natural de ese mismo planteamiento: buscar que un contenido nuevo pueda capitalizar esa ancla con el pasado. Bienvenidos a la era de los programas que nos recuerdan a otros programas. La familiaridad tiene un objetivo: busca nuestra llamar nuestra atención, que sepamos que esa serie está ahí, que existe, que recordemos lo genial que fue antes y que ahora también podría serlo. Por eso no podemos perdérnosla. Estos productos son más fáciles de comunicar porque conectan con nuestra memoria, apelan a la persona que éramos y a lo que sentimos cuando vimos esa fuente original. El programa, casi sin darnos cuenta, se hace más visible y derriba ese muro de pereza que el espectador levanta ante la novedad. También neutraliza parte de la impaciencia que provoca enfrentarse a una historia completamente nueva antes de que logre engancharnos. Y existe una ventaja adicional: la audiencia borracha de nostalgia es la mejor embajadora de este tipo de programas. Si te invitan a un viaje al pasado ¿cómo no vas a compartir el trayecto?

El éxito de una serie de televisión es una combinación de infinitas variables. Y aunque la nostalgia pueda comportar ventajas, no hay garantías. De hecho, tiene bastantes riesgos. El problema que tiene generar muchas expectativas es que no siempre el producto final estará en condiciones de satisfacerlas. No importa el mimo y el trabajo que se haya invertido en darle contexto a la historia. El resultado a veces no encaja porque aquello que se omitió en el pasado cada espectador lo completó en su cabeza a su manera, dando lugar a infinitas variables. Otras veces la decepción viene de la mano de la distancia que tenemos con la historia. Puede que tuviese sentido antes pero no ahora, o que esos personajes que tanto nos engancharon ahora parezcan trasnochados o que, sencillamente, la magia que despertaba esa serie haya desaparecido.

Admito que el reencuentro con las series icónicas del pasado me provoca una extraña fascinación, pero solo cuando veo que hay un respeto real por su legado. Para sacar una historia del cajón no es suficiente con invitar a la audiencia a viajar en el tiempo. Hace falta tener algo nuevo que contar, un puente que conecte ambos mundos, el de antes y el de ahora. Cuando eso falla, la nostalgia solo sirve para darnos cuenta de que lo pasado, pasado está: el momento de la serie, aquello que la hacía especial y hasta nosotros mismos. Todavía no he logrado recuperarme de muchos de los proyectos actuales, empecinados en resucitar a personajes de la mano de los mismos actores y actrices que los encarnaron en su momento. El resultado, lejos de reconfortarme, me parece grotesco. Esta jugada desvía mi atención de la historia. No puedo dejar de pensar en lo mayores que están… y en lo mayor que debo estar yo.

A algunos programas se les debería dejar morir con dignidad.

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