Contexto

Empatía criminal, de A Coruña a Amorebieta

La náusea ante el asesinato se alivia en un minuto de silencio mientras, en algún rincón, alguien asume el reto de hacerla más gorda

Las amigas de Samuel Liz, junto al joven senegalés que trató de evitar la agresión

Las amigas de Samuel Liz, junto al joven senegalés que trató de evitar la agresión / CEDIDA

Iosu de la Torre

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Samuel Luiz murió apaleado en A Coruña por un grupo de gentuza sin escrúpulos. El rastreo del crimen homófobo lleva semanas llenando espacio informativo en todos los formatos. La náusea se instala en la mayoría de la sociedad, aunque la empatía asesina germina en algunas mentes criminales. Los ciudadanos muestran la repulsa en un minuto de silencio como si fuera un plante colectivo, plural, mientras en algún rincón alguien acepta el reto de hacerla más gorda. ¿Qué pasa por la mollera de estos salvajes?

El asesinato del joven gallego obtuvo réplica días después en Amorebieta (Vizcaya). Una banda criminal (Hermanos Koala se hacen llamar) envió a la uci a un muchacho que si se reengancha a la vida probablemente, dicen los sanitarios, no recuperará el habla. Qué hostias está pasando. El odio se contagia de Galicia a Euskadi, de Cartagena a Barcelona, entre desarraigados que en vez de espantarse ante el horror, se conjuran en superarlo. Amorebieta y A Coruña son el exponente inmediato de un odio atávico, el que siempre ha recorrido las tierras de España. La persecución del marica, del pobre, del negro, del diferente perdura sin solución y ahora crece coincidiendo con estos tiempos tan críticos por la pandemia.

El reto, una moda

Al mismo tiempo que la juventud sana celebra la vida con botellones en calles y playas, determinadas camarillas abrazan con entusiasmo la moda de enfrentarse a todo. Quizá porque sale demasiado barato (60 o 600 euros de multa, que casi siempre paga papá). Parecen convencidos de que tras los meses de confinamiento, leyes secas, toques de queda, toca insumisión. Extraña interpretación de la rebelión, un juego que se les va de las manos.

Los personajes que se sumaron a la paliza mortal a Samuel Luiz, al contrario de los Hermanos Koala, no componían un grupo de desestructurados sociales con ganas de marcar el territorio con violencia. De un modo improvisado, se sumaron a una agresión como quien se apunta a un concurso televisivo o al Tik Tok y lanza mensajes compulsivamente para hacerse notar. No era un juego. Tras la lapidación huyeron para reunirse poco después haciendo balance de ese cúmulo de emociones que desembocaron en un asesinato, constituyéndose espontáneamente en banda organizada. Los próximos encuentros serán en el patio de una cárcel.

Nos equivocamos si creemos que ha surgido una nueva versión de la violencia. Sucedió tras los Sanfermines de 2016 con las manadas. No hubo ciudad donde surgieran las manadas, el modo suciamente eufemístico con el que se referían a las agresiones sexuales en grupo, esas que siempre existieron y nunca se denunciaron.

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