Shakespeare y la empatía
No creo que este sea un mundo de blanditos, pero sí uno donde se cree que tratar al otro con respeto es tratarlo como a un idiota
Silvia Cruz Lapeña
Periodista y Jefa de Actualidad en Vanity Fair
Silvia Cruz Lapeña
Leo un informe sobre los emojis que nos hacen más atractivos: la carita que lanza un besito, la carita cubierta de besos o la que tiene los ojitos en forma de corazoncitos nos hacen, asegura la encuesta, más “gustables”. También dice que los hombres prefieren expresar sus emociones con emojis más que las mujeres, y que su uso facilita hablar de asuntos que en persona nos daría apuro tratar. No sé a qué temas se refieren, pero en el texto celebran que el emoji favorezca la empatía, una palabra tan gastada como la carita sonriente que lanza besos: los más de 3.000 libros que hay editados en español tocando o rozando el tema lo confirman.
En tiempos de Aristóteles significaba ‘pasión’, pero con los siglos se fue convirtiendo en la capacidad de ponerse en el lugar de otro. Pero no de otro cualquiera. “Ah, cómo he sufrido con lo que he visto sufrir”, grita Miranda en ‘La tempestad’, y sería una buena definición del término porque Shakespeare todo supo concentrarlo y eso es básicamente la empatía, la capacidad que nos permite ver un dolor que tiene otro y nosotros no, pero del que nos hacemos cargo y con el que no hacemos sangre. En eso consistiría, no en evitar cualquier confrontación: por ejemplo, pedirle a alguien que entregue un encargo a tiempo; hacerle una crítica a su trabajo o callar cada vez que tu amiga llega tarde. Eso es dejadez o algo peor: no pedirlo para que no te lo pidan.
Claro que los seres humanos sufrimos por defecto, pero no todos somos, por suerte, heridas andantes, supurantes e incurables. Tampoco cualquier contratiempo es digno de devenir en trauma y por eso, para hablar con otro ser humano de cualquier cosa, deberían bastar la educación y el respeto. Eso es precisamente lo que no tienen el aluvión de seres pasivo-agresivos que habitan este siglo y que interpretan la empatía como un glaseado, gente a la que una ceja en alto o un signo de interrogación les provoca rozadura. Un momento: no soy Clint Eastwood y no creo que este sea un mundo de blanditos, pero sí es un mundo donde se cree cada vez más que tratar al otro con respeto es tratarlo como a un idiota. Se hace cuando se evitan preguntas y respuestas o se edulcora cualquier comentario como si se hubieran vuelto antónimas la discusión y la empatía.
El informe celebraba el Día Internacional del Emoji, curiosa efeméride que eliminaría para instaurar el Día de la Polisemia, pues a la vista de lo leído, hasta la empatía se ha vuelto tan ambigua como el emoji del beso, que yo nunca sé si es fraternal, cortés o contiene picardía. Aunque para cuitas, las que me produjo el corazoncito blanco que alguien me envió ayer para anular una cita que debía tener lugar una hora antes. Pero ¿qué le pides a un emoji si hasta ese “corazón tan blanco” del que habló Shakespeare en ‘Macbeth’ podría indicar por igual inocencia o cobardía? Así que, ante la duda, aborté la llamada que prefería y repliqué enviando un pulgar en alto esperando que en su mundo, como en el mío, signifique un “ok” gélido.
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