Perfil del exjefe de gabinete de Sánchez

Insolente Iván Redondo

Aviso a navegantes: estamos ante un hombre cuya pasión se detiene íntegra en el cerebro

Iván Redondo, ahora ex director de gabinete del presidente del Gobierno

Iván Redondo, ahora ex director de gabinete del presidente del Gobierno

Mar Gómez Fornés

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Iván Redondo quiso ser más que Pedro Sánchez ignorando que la Historia suele arrinconar silenciosamente en la última fila de los comparsas sin importancia a los hombres, por muy lejos que estos hayan llegado.

De las verdaderas proporciones de ambos, darán cuenta sus respectivas biografías de cuya esencia, algo vamos teniendo cristalino: la avidez de poder. Aún no se alcanza a ver con exactitud quién de los dos ha contribuido más a convertir en opereta la vida y gracia del actual gobierno.

Iván Redondo, por su juventud que no inocencia, lleva desde niño trabajando la consideración de todas las pasiones relacionadas con la ecuación política-poder, acostumbrado a mirar cada mañana en dirección a Estados Unidos. Ni siquiera ha conseguido llegar a ser un mini Fouché. No. Redondo nos es tan impenetrable como pudiera parecer; desde el minuto cero ha dejado a la vista su tendencia y apetito, su determinación y aspiración por el poder.

Tanto Monago como Albiol o Sánchez deseaban lo mismo que él: llegar ciegamente al poder

Desde niño soñaba con ser más que presidente de su país, Redondo soñaba con América y, ya puestos, con la luna. No es de esos personajes que se comprendan con el paso del tiempo, salvo que uno sea muy ciego o interesado en el éxito propio, se le ve venir antes de entrar por la puerta. Pero es de todos conocido que tanto Monago como Albiol o Sánchez deseaban lo mismo que él: jurisdicción, autoridad. Llegar ciegamente al poder.

Un empeño, que, siendo lícito, hay que desear con cautela, con delicadeza y lealtad. Ni Sánchez ni Redondo han sabido percatarse de un sutil detalle, que España no compra héroes, no los perdona, no los demanda, pero, sobre todo, no los necesita.

No necesitamos políticos cogidos al vuelo por asesores voraces, ni por chicos insolentes como Iván Redondo, cuya cualidad hasta ahora, ha sido la de elevar al techo de cristal de PP y PSOE, a un par de políticos triviales: la 'fatalité moderne'. Esta será su máxima aportación a la tipología del hombre político.

Desde niño soñaba con ser más que presidente de su país, Redondo soñaba con América y, ya puestos, con la luna

Redondo llegaba a los despachos, olfateaba, cual certero observador dejaba larga la mirada y decía: ¿qué hacer con una criatura tan débil? Y ahí comenzaba su labor de alfarería. Algo superior debe tener cuando uno tras otro se ha dejado convencer por él aún siendo conscientes que dejaban sus respectivos partidos en manos del pequeño Atila.

Sutil oteador, Redondo emprendía la oportuna limpieza étnica entorno al muñeco-líder engreído de sí mismo… comenzaba así a dinamitar por dentro cual troyano, el partido. El resto, ya es sabido: discordia, recelo, enfrentamientos, peleas, y mucho casting. A Iván le ponía muchísimo un interrogatorio, su momento preferido era ejercer de dios en las audiciones y ofrecerle al muñeco su elenco ya filtrado y aseadito.

Jugaba a ser un pequeño monstruo de la frialdad y la eficacia tras el muro impenetrable de su inacabable frente; acechaba despierto para no dejar pasar en los interrogatorios a líderes de verdad que pudieran hacerle sombra y desmontar así su juguetito.

Redondo es un personaje de escritorio y títeres que ama viciosamente, más que el poder, el complot

Iván, que se lo digan a Carmen Calvo, suele esperar pacientemente a que aparezca en ellos, un momento de flaqueza y así dar el golpe inexorable.

Así que aviso a navegantes: estamos ante un hombre cuya pasión se detiene íntegra en el cerebro. Un personaje de escritorio y títeres que ama viciosamente, más que el poder, el complot. Que sueña cada día con el vuelo del águila imperial parapetado detrás de expedientes y documentos. Coloca a su antojo a políticos y adjuntos arriba o abajo, en el valle o en la montaña; tira de los hilos para enredarlos a su conveniencia. Le basta con hacer el juego emocionante de la política y saber que maneja el guiñol.

Si algún otro político o ambicioso empresario tiene pensado contratar los servicios de Iván Redondo, sepa que lo hace como síntoma de su propia flaqueza; por favor, que medite antes de tan irresistible ímpetu y huya cuanto antes de esa zona de peligro.