Barraca y Tangana
Actitud Azpilicueta
Un halo sano y contagioso que hace mejores a los que lo rodean
Enrique Ballester
Periodista
Hay un momento en la noche, acariciando la madrugada, en el que te ves capaz de todo. De ordenar por fin tu vida, de vaciar la lista de tareas pendientes y de quedar bien con la gente que te importa realmente. De llamar a quien debes llamar, de hacer lo que tienes que hacer y de ayudar a quien quieres ayudar. Piensas 'mañana lo hago seguro', porque hay un momento nocturno en el que todo tiene solución, una lucidez de ánimo sin mucha explicación que se evapora en cuanto sale de nuevo el sol.
Si algún día, por las mañanas, hubiera encontrado la energía para hacer lo que en la noche anterior pensaba que debía hacer, lo que en la noche anterior veía clarísimo, sería ahora entre otras cosas una mejor persona; pero por las mañanas pasa un tren que se llama vida al que te subes y no te suelta, al que te subes porque sientes la obligación de seguir ahí, ocupado en asuntos tan triviales como ganar dinero, básicamente, hasta que llegas luego a la noche y su momento, otra vez, con casi todo lo que de veras te importa sin hacer, y estás de vuelta, y siempre igual, y todo 'meh'.
Hace un tiempo leí que existe una expresión china que define la tendencia a aplazar lo de dormir, la querencia por saborear la calma clarividente de la nocturnidad, el gusto por alargar el momento de irse a la cama para recuperar entonces la libertad perdida durante el día, porque durante el día qué os voy a contar. Cuando todo acaba, empezamos nosotros. Después de sobrevivir nos permitimos vivir y somos capaces de construir ese refugio interior, esa pausa, que nos mantiene alejados de despertar al día siguiente, porque dormirte significa estar ya en el maldito día siguiente.
Creo que hay una serie de privilegiados que consiguen, en esa mañana siguiente, decir y hacer justo lo que pensaban decir y hacer la noche anterior. Encuentran el ánimo y encuentran las palabras. Ya sea para declararse a una persona, contestar e-mails o ganar una Eurocopa. Asustan un poco, pero son buenos, y he aprendido a entenderlos. Son seres de luz que propongo llamar 'azpilicuetos', porque esa energía desprende en el campo Azpilicueta, por ejemplo, mi futbolista favorito de esta extraña y vulnerable Selección, pero aventurera y seductora también, y adorable por su rebeldía y ambición, por su forma de afrontar el fútbol, que no es más que una sucesión de miedos en la mente y cicatrices en la piel.
Azpilicueta y diez más, o mejor, once Azpilicuetas, un país con gente de esta. Saber competir, saber ganar y saber perder, porque ser campeón está difícil, no nos engañemos. A Azpilicueta lo admiro desde la oposición, porque en realidad es todo lo que yo nunca fui, y no soy, y ya no cambiaremos. Pero si me dice que corra, corro; si me dice que puedo volar, me lo creo; y si me dice que deje de comer pizzas, bueno, tampoco exageremos.
Pero en serio: ojalá de día la actitud azpilicueta, un halo sano y contagioso que hace mejores a los que lo rodean; y de noche el espacio en nuestro refugio, la paz individual en la duermevela. La vida que nos merecemos, y que fluye suave en la teoría, pero en la práctica se enreda.
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