Sant Joan

Víctimas de los petardos

Personas autistas, gente mayor, bebés y por supuesto los pobres perros, todos sufren en silencio los ataques de los petardos, sin que nadie se atreva a regularlos

Hoguera de Sant Joan en la avenida de Mistral de Barcelona, el pasado 2020.

Hoguera de Sant Joan en la avenida de Mistral de Barcelona, el pasado 2020. / Manu Mitru

Ernest Folch

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Si la verbena es la noche de Sant Joan, ¿por qué llevamos días escuchando petardos por todas las ciudades y pueblos de Catalunya? No hay una respuesta que aclare este extraño misterio, pero hay un hecho incuestionable: 15 días antes y 15 días después de la noche más larga del año todo tipo de petardos, tracas, fuegos, truenos o bombetas estallan indiscriminadamente en cualquier sitio y en cualquier momento sin que aparentemente haya ninguna intención ni de prohibir ni de limitar semejante agresión. Las víctimas de este terrorismo acústico de baja intensidad son las personas autistas o epilépticas, la gente mayor o enferma, los bebés y, evidentemente, los perros y tantos otros animales de compañía, una circunstancia que fuerza cada año a un éxodo masivo a miles de personas que tienen que huir de esta dictadura acústica.

Todos, incluso los directamente afectados, aceptarían sin problemas que se tirasen petardos la noche de Sant Joan e incluso dos o tres noches más al año, pero lo que es un verdadero escándalo es que por activa (porque no hay legislación) o por pasiva (sencillamente porque no se aplica), tengamos que soportar que personas y animales sufran durante días (¡o semanas!) esta dura e injustificable incomodidad. En una sociedad donde tantas cosas se regulan, se prohíben, se limitan o sencillamente se debaten, es sorprendente la pasividad administrativa con estos petarderos que campan a sus anchas durante tantos días. Porque, en general, la contaminación acústica es un asunto que preocupa mucho a los ciudadanos pero causa indiferencia entre los gobernantes, mucho más sensibles a las reivindicaciones de cualquier ‘lobby’, y siempre más predispuestos a proteger intereses económicos que la salud de la población. No hace falta prohibir nada, pero es urgente regular una práctica que convierte nuestras calles en una especie de Ciudad sin Ley, donde miles de ciudadanos y animales sufren innecesariamente (y muchas veces cruelmente) sin protección alguna.

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