Debate sobre Catalunya

Sánchez empieza a asumir la realidad

Transcurridos unos cuantos meses, el presidente del Gobierno impulsa medidas de gracia y reconoce que el conflicto es de tal magnitud que requiere una negociación bilateral entre gobiernos

Pedro Sanchez

Pedro Sanchez / ALBERT GEA

Joan Tardà

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En las elecciones de diciembre de 2017, desde Madrid se construyó un relato que asociaba el comportamiento del independentismo a actos de ilegalidad violenta para justificar el encarcelamiento de sus dirigentes. Y todavía más. Se pretendió identificarlo con la miseria económica, por lo cual se aprobó un Real Decreto para facilitar la deslocalización exprés de sedes empresariales. No obstante, no se logró el gran objetivo de romper la mayoría del independentismo en el Parlament y enmudecieron los cantos de sirena que atribuían al proceso la condición de coyuntural y espumoso.

De hecho, Pedro Sánchez negaba la existencia de un conflicto político entre el Reino de España y Catalunya. Doy fe, porque en varias ocasiones con estas palabras me había respondido desde el atril. Negación que iba acompañada de otra sentencia: “ustedes los catalanes padecen un conflicto convivencial”. Posteriormente, él mismo afirmó que las penas del Tribunal Supremo se tenían que cumplir íntegramente. Transcurridos unos cuantos meses impulsa medidas de gracia y reconoce que el conflicto es de tal magnitud que requiere una negociación bilateral entre gobiernos. Se trata de una progresiva asunción de la realidad, que ha exigido ser envuelta con un nuevo discurso relleno de palabras como, por ejemplo, “perdón” y “concordia”.

Pero al Gobierno socialista todavía le queda mucho camino por hacer y mucha pedagogía por desplegar en la sociedad española. El próximo hito, convencer a sus electores que la mesa de diálogo/negociación solo puede ir bien si ninguna de las partes intenta imponer el guion

El tránsito hacia el aterrizaje en la realidad, pues, se abre camino, a pesar del mantenimiento de la anomalía reflejada en las casi tres mil personas judicializadas y en la presencia de la espada de la justicia europea sobre encima del sistema judicial español. Asumir la realidad no es, ciertamente, fácil para quien ostenta el poder atendiendo a la complejidad de procesos históricos como el que se visualiza, con la irrupción en avalancha de opciones políticas que sacuden el statu quo. Agravado en el caso español por la incapacidad del régimen monárquico, después de más de cuatro décadas, de satisfacer las demandas catalanas surgidas en el ejercicio de la democracia.

Pero al Gobierno socialista todavía le queda mucho camino por hacer y mucha pedagogía por desplegar, en la sociedad española. El próximo hito, convencer también a sus electores que la mesa de diálogo/negociación solo puede ir bien si ninguna de las partes intenta imponer el guion.

Pedro Sánchez no tiene ningún otro camino. Ni la mesa de diálogo será aceptada por el independentismo como una especie de Comisión Bilateral bis, tal como quizás se pretende, ni nunca podrá girar solo alrededor de los intereses de una de las partes. Por muy difícil que le resulte admitirlo, atendiendo al hecho que la derecha pondrá el grito al cielo por el solo hecho que también se llegue a hablar de amnistía y autodeterminación.

Al final, el referéndum es tan ineludible como desconocido es qué se dilucidará. Afirman los dirigentes socialistas que la ciudadanía solo se tendrá que pronunciar sobre los acuerdos que puedan lograrse en la mesa de diálogo, porque actuar de otro modo seria dividir a la sociedad. Pero, en cambio, no responden ante la evidencia de que existiría una mayor división si la voluntad que sostiene el 52% de los votantes queda excluida. No solo no responden a esta contradicción, sino que se alimenta un discurso contraproducente, poniendo el carro ante los bueyes, al afirmar que “hablar de todo no significa conceder nada” y que de “referéndum de independencia jamás de los jamases”.

¿Cómo podrían los independentistas legitimar un acuerdo en el que desapareciera la opción de la independencia? Este escenario sería vivido de manera incomprensible por una parte de la sociedad catalana, como incomprensibles fueron las leyes de desconexión impulsadas por el independentismo en 2017, por otra parte. Superar el sentimiento de exclusión, pues, de unos y otras, tendrá que ser el objetivo prioritario.

Solo se logrará el éxito de un cierre democrático del conflicto a través de la asunción total y plena de que la correlación de fuerzas en el Parlament, después del 14-F, es más favorable al independentismo que en la anterior legislatura. Y como los ciudadanos que la sostienen son también parte imprescindible para la solución, su opción se tendrá que contemplar en un futuro plebiscito, del cual, por otra parte, desconocemos el cuándo. De igual manera que ignoramos las condiciones, el alcance y los requerimientos que incluirá.

A Pedro Sánchez, en todo caso, se le ha acumulado tanto trabajo como imperativa es la realidad política catalana post 1-O.

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