Periodismo y literatura

El método Malcolm

Janet Malcolm hacía interesante algo que de entrada me era desconocido o incluso indiferente

La escritora y periodista Janet Malcolm

La escritora y periodista Janet Malcolm

Jordi Puntí

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Compleja, provocadora, controvertida y deslumbrante. Estos son los adjetivos que me vienen a la cabeza cuando leo un nuevo texto de Janet Malcolm. La escritora falleció esta semana a los 86 años, de un cáncer de pulmón, y deja una gran cantidad de artículos y libros que la convirtieron en una de las periodistas más respetadas y leídas en Estados Unidos. También de las más criticadas, hasta el punto de que algunos detractores inventaban conspiraciones para atacar su forma de hacer periodismo.

Leerla es un espectáculo. Hay el estilo, preciso y precioso en el análisis y en la descripción detallada —un estilo de mosca cojonera—, y luego están todas las reflexiones que ha ido dejando aquí y allá sobre el ejercicio perverso de la biografía

Repaso los lomos de sus libros en mi estante y con cada título me vuelve la experiencia de la lectura: el entusiasmo del descubrimiento, que quería decir adentrarte en una selva de información donde ella te hacía de guía e iba desbrozando el camino. El placer, también, de ver como hacía interesante algo que de entrada me era desconocido o incluso indiferente. Janet Malcolm se contradecía físicamente: su figura delgada y tímida, casi ingenua, escondía una determinación de hierro cuando entrevistaba y escribía. Sabía avanzar con paciencia; su prosa transmitía aquella claridad que aparece en la investigación, no sólo a través de las palabras, sino de los ambientes, los gestos y la actitud del interlocutor; veías como trabajaba las intuiciones para conseguir llegar a la revelación. Este momento, el centro de un texto, el elemento de sorpresa o de reivindicación, el reproche crítico, era otra de las cosas que hacía especial a Janet Malcolm: no se plegaba a tópicos o lugares comunes, sino que, hiperconsciente del dilema moral que implica ser periodista —escribir siempre es dar una versión—, solía aplicarlo con rigor y sin hacer equilibrios de compasión. Tuvo que afrontar más de un juicio por difamación o mala praxis: los perdió y los ganó.

Leer a Janet Malcolm es un espectáculo. Hay el estilo, preciso y precioso en el análisis y en la descripción detallada —un estilo de mosca cojonera—, y luego están todas las reflexiones que ha ido dejando aquí y allá, a lo largo de los años, sobre el ejercicio perverso de la biografía, las debilidades del punto de vista autobiográfico, la complicada química entre un periodista y su sujeto.

¿Por dónde empezar? No importa. Un libro suyo te llevará al otro. 'En los archivos de Freud' es como una divertida comedia de situación entre psicoanalistas que quieren controlar el legado de Freud. En 'Dos vidas', recorría el periplo de dos judías americanas y famosas —Gertrude Stein y Alice B. Toklas— en la Francia ocupada por el nazismo. Su biografía de Sylvia Plath, 'La mujer en silencio', fue controvertida porque consideraba, contra todo pronóstico, la cruz que debía llevar Ted Hughes, como viudo y heredero de la obra de Plath. En 'El periodista y el asesino' analizaba los dilemas éticos que debe afrontar el periodista cuando quiere hacer bien su trabajo. En 'Cuarenta y un intentos fallidos' se divertía observando muy de cerca, con cierta impertinencia, a una serie de artistas y escritores. Quizás porque convertía al lector en un observador, un voyeur, su agresividad se hacía querer.