Covid-19

Principio de cautela de palabra, obra e imposición si es necesario

Los salubristas tenemos la obligación de disminuir riesgos aunque nos digan pesimistas

calles madrid coronavirus mascarilla

calles madrid coronavirus mascarilla / Susana Vera

Jordi Casabona

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Se ha acabado el estado de alarma y miles de personas, jóvenes y no tan jóvenes, se han lanzado a la calle a celebrarlo sin mascarillas ni distancia social de seguridad. Es comprensible, pero también es irresponsable. Es comprensible porque después de dos primaveras de limitaciones de la movilidad y la obligación de taparse boca y nariz uno tiene ganas de moverse y abrazar a parientes y amigos. Pero es irresponsable porque las cosas no están tan claras como querríamos.

La avalancha de opiniones y contraopiniones no ha ayudado. Para una amiga polaca casada con un español que, después de vivir un tiempo en nuestro país, quiso volver a Polonia, una de las principales razones fue que no soportaba que aquí todo el mundo supiera de todo; la suegra le decía cómo se tenía que remover el café, la vecina cómo se tenía que vestir a los niños, los cuñados cómo arreglarían su país... La epidemia de SARS-CoV-2 no ha sido una excepción y los sabios han salido como setas. Los expertos en salud pública tenemos la obligación de evitar riesgos y los políticos tienen la obligación de asumirlos, pero dentro de unos límites razonables, cuando han asumido demasiado, también de rendir cuentas, por cierto una actitud muy poco nuestra. Por eso, cuando los expertos quieren hacer de políticos y los políticos quieren hacer de expertos, la confusión es total. Se acerca el verano, el país añora el jolgorio y psicológica y económicamente no podemos prescindir de los turistas y su consumo. Los mensajes oficiales cada vez son más optimistas y uno de los argumentos más omnipresentes, aparte del efecto beneficioso del calorcito, es el del logro de la inmunidad de grupo que -según algunos políticos- lograremos justo antes del verano.

La inmunidad de grupo supone que hay un número de individuos permanentemente protegidos suficientemente grande para que la transmisión del virus sea tan pequeña que la epidemia no pueda progresar. De momento no se cumple ninguna de las premisas. Sabemos que la inmunidad adquirida por infección natural se va perdiendo, el porcentaje de vacunados está lejos de la cifra mágica del 75%, no estamos seguros de la duración de la protección de la vacuna y además, en el caso de agentes de fácil y alta transmisibilidad como el SARS... todo esto tendría que pasar en todo el mundo. Como hay países donde la vacunación es incipiente, hay grandes bolsas de la población donde se van produciendo mutaciones, algunas de las cuales son más transmisibles y eventualmente podrían ser más patogénicas y llegar a escaparse del efecto de las vacunas actuales.

Globalmente la carrera entre adecuar las vacunas y distribuirlas masivamente y la velocidad de mutación y propagación, la está ganando el virus. Como pasó con la británica, la variable india también llegará a nuestra casa. La ciencia y la tecnología de producción irán rápido, la política para asegurar su compra y su distribución mundial, no tanto. Por otro lado, unos niveles de vacunación efectivos para tener impacto poblacional nunca se lograrán hasta que se vacunen también los niños. Canadá ya ha aceptado la vacuna de Pfizer para niños de entre 12 y 15 año y se están haciendo ensayos clínicos en menores de 12 años. Es un momento optimista, pero frágil.

En España llevamos 80.000 muertos a las espaldas y miles de personas con secuelas y efectos de larga duración de la infección como para tomárselo a la ligera y los salubristas tenemos la obligación de disminuir riesgos aunque nos digan pesimistas. Este verano aumentará exponencialmente el movimiento de personas entre países y por tanto la exposición a potenciales variantes virales. Si el desmadre que hemos visto los últimos fines de semana en muchas comunidades autónomas continúa y el discurso y acciones políticas no incorporan el principio de cautela, los beneficios logrados hasta ahora con mucho sacrificio individual y colectivo se pueden ir a pique fácilmente. Ciertamente, el objetivo con esta pandemia no puede ser eliminar la infección, sino disminuir su impacto. La población mayor está mucho más protegida ante las formas graves de la infección, pero en las ucis los pacientes son más jóvenes y se están más tiempo.

Como venimos haciendo con otros virus desde hace miles de años, con el SARS-CoV-2 también llegaremos a un consenso para que se quede entre nosotros con un precio comparable al de otras infecciones, es muy probable que nos hayamos de vacunar periódicamente como hacemos con la gripe y que algunas medidas de protección individuales se integren en la cultura occidental, como en su momento algunos países como Japón integraron el uso de mascarillas. Optimismo sí, pero mientras no llega el equilibrio, principio de cautela también, de palabra, obra y, si hace falta, imposición.

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