Lecturas

Nenúfar

Intento recuperar la alegría con la que leía cuando tenía 20 años, cuando todo me parecía bien y el mundo era nuevo y estaba recién hecho

Interior de la librería Byron, este miércoles.

Interior de la librería Byron, este miércoles. / FERRAN NADEU

Natàlia Cerezo

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La primera vez que leí ‘La espuma de los días’, de Boris Vian, tendría unos 21 o 22 años. Lo compré en el Abacus de la plaza Cívica, recuerdo que me llamó la atención la portada, con un nenúfar, y el precio (¡solo cinco euros!). Lo leí en una tarde y me encantó, me pareció una selva, llena de árboles con frutas extrañas, y pasar página era como darle un mordisco a una fruta y que cada vez tuviera un sabor diferente.

El recuerdo del libro me acompañó durante mucho tiempo. El mundo me parecía igual de confuso, y morirse por un nenúfar que crece en el pulmón me parecía la mejor manera de despedirse de todo.

Pasaron 10 años. Y volví a leer ‘La espuma de los días’. Me gustó, pero no con la alegría con la que me había gustado 10 años antes. La selva se había marchitado, los frutos ya no sabían a nada.

Había oído decir que hay una edad para leer según qué libros. Que no era el mismo leer ‘La isla del tesoro’ cuando tienes, digamos, 10 años, cuando el suelo del dormitorio es un mar y la cama un barco pirata que, digamos, cuando tienes 40 y lo más interesante que te encuentras en el suelo es un regalito de los gatos porque se han estado purgando con hierba del balcón y han vuelto a vomitar. Era lo que me había pasado con Vian. Había sucumbido al mundo confuso y feo de los adultos, lleno de impuestos, hipotecas, llamadas con ofertas de telefonía y otras cosas absurdas. Ningún nenúfar me había echado raíces en el pulmón. Y cada vez me sentía más pequeña y oscura, como la casa de Colin y Chloe.

He intentado recuperar la alegría con la que leía cuando tenía 20 años, cuando todo me parecía bien y el mundo era nuevo y estaba recién hecho. Por eso me he propuesto leer ‘La espuma de los días’ dentro de un tiempo, a ver si lo he logrado. Pero el camino es difícil, y, la verdad, me da miedo pensar en la selva que encontraré.

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