La tribuna

Revisionando a Andrés Trapiello

La medalla de Madrid que ha recibido el escritor sabe a poco, tras haberle ofrecido él a la ciudad algo mucho más valioso: una obra literaria

El escritor leonés Andrés Trapiello.

El escritor leonés Andrés Trapiello. / periodico

Juan Soto Ivars

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Que un ayuntamiento o cualquier otra institución política te otorgue una medalla siempre tiene algo de marrón. Son actos rígidos a los que el homenajeado ha de prestarse formal, pronunciar agradecimientos a figuras con las que no tiene por qué simpatizar y responder con vaguedades a los medios. Soportar el aplauso blando es a veces tan enojoso como aguantar el insulto airado: crece la vergüenza y la inseguridad, porque el autor puede llegar a ser el más fiero crítico de sus propias obras. Dado que esa clase de elogios siempre tienen algo de posado, posando es preciso recibirlos. Sonrisas y palmadas en la espalda, sospechas de que nadie te ha leído en la sala y la esperanza de que todo pase rápido. Lo último que necesita un autor sometido al homenaje político es una trifulca. Pero, a veces, esta puede convertirse en la medalla más resplandeciente.

Es el caso de Andrés Trapiello, quien ha recibido estos días en Madrid una condecoración que sabe a poco, tras haberle ofrecido él a la ciudad algo mucho más valioso que una medalla: una obra literaria, en su estilo y prolijidad acostumbradas, que desentraña la historia, maravillas y penurias de esa ciudad, de la que uno no puede escapar sin llevarse consigo su huella. Quien ama a Madrid y vive lejos, como es mi caso, encuentra en la obra de Trapiello un motivo para recordar y para volver. Y no hay en el mundo ninguna ciudad, ningún ayuntamiento, capaz de devolver un favor como ese, con un trozo de metal y un homenaje. Es algo impagable: cuando la medalla se oxide y la ciudad sea pasto de los bárbaros quedará el libro.

Por suerte, estaba entre los congregados una señora llamada Mar Espinar, responsable de cultura del grupo socialista, o responsable de incultura, o irresponsable de cultura (hay para elegir), que fue capaz de convertir el insípido acto en un verdadero homenaje literario. Dijo Espinar, con una desfachatez difícil de calibrar, que su grupo repudiaba la medalla a Andrés Trapiello porque el escritor representa el “revisionismo histórico”, y con esta infamia lo cubrió de gloria. Con sus palabras, demostraba no haber leído al autor al que estaba insultando, o bien sugería que la Ley de Memoria Democrática que va a aprobar su partido en el Congreso de los Diputados puede no ser muy de fiar. De una u otra forma, información útil y valiosa.

Si Andrés Trapiello es un revisionista, será porque este adjetivo es necesario y bueno. Su monumental 'Las armas y las letras' ha sido, en las sucesivas ediciones ampliadas y corregidas que se han ido publicando en los últimos años, la referencia ineludible para cualquier ciudadano interesado en conocer nuestra Guerra Civil, sin tropezar con un gramo de la propaganda maniquea habitual. En esas páginas han sido rescatados escritores de los dos bandos, unos para la gloria y otros para el examen implacable de la Historia, y se ha descrito el desastre español con una mirada desprejuiciada y una sincera avidez de justicia. ¿Será esto el famoso revisionismo? ¿Mirar más allá de los discursos atrincherados? ¡Bienvenido, entonces!

Tras la polémica queda flotando en el aire un humo: el de esa etiqueta sulfúrica que amenaza con desprestigiar a aquel que transite por un camino alternativo al cuento para irse a dormir

A las palabras de Mar Espinar las sucedieron las de Pepu Hernández, a quien Carlos Alsina preguntó al día siguiente con insistencia a qué se refería su partido con “revisionismo”. El pobre hombre, como un papagayo de partido, lanzó unas cuantas consignas vacías y luego trató de quitarle hierro a la acusación. Admitió, sin llegar a decirlo de forma explícita, que a Trapiello no se le había leído mucho por allí. Ignoraba Hernández de dónde venía el insulto y lo rebajaba a la categoría chabacana de “opinión”, con lo que desautorizaba a Espinar. Pero no fue hasta el miércoles, que el ministro de Cultura Rodríguez Uribes zanjó la cuestión en esos micrófonos y restauró la imagen del PSOE, defendiendo al escritor.

El insulto había puesto a los lectores de Trapiello en pie de guerra y no hay voz más autorizada que esta para agradecer el trabajo de un escritor. Sin embargo, queda flotando en el aire un humo: el de esa etiqueta sulfúrica que pretende levantar un muro entre nuestra historia y los lectores, y que amenaza con desprestigiar a todo aquel que transite por un camino alternativo al cuento para irse a dormir.

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