Circo político

Un país doliente

La fortaleza mental de los ciudadanos está siendo alterada a diario por el proceder de los políticos. Es este, pues, un país de enfermos

Iglesias deja el debate

Iglesias deja el debate / SER

Josep Maria Pou

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"Y si somos capaces de una falta de entendimiento tan grande, ¿por qué hemos inventado la palabra 'amor', en primer lugar?". Esta es la pregunta (retórica) que formula, llegados al final de la función, el personaje central de 'Historia del zoo', una de las primeras obras de Edward Albee. Hago mía la pregunta y me pongo a hilvanar conceptos por ver de hallarle respuesta. O por ver de encontrar razones con las que acallar esa mala conciencia que le acompaña a uno, erre que erre, hasta el final del día.

La premisa admite variantes, pero ninguna de ellas altera su sentido. Cambien ustedes entendimiento por solidaridad, o por diálogo, y el erre que erre seguirá ahí, martilleando el cerebro, como ese pitido de instinto asesino (acúfeno, por mal nombre) que se mete en los oídos y, por matar, mata el silencio lo primero. Si sustituyo, por ejemplo, falta de entendimiento por falta de respeto (puedo hacerlo también por falta de relación, armonía, tacto, colaboración y hasta civismo ), me resulta imposible no pensar en el espectáculo que ofrecen a diario una buena parte de nuestros políticos. Créanme si les digo que nada me gustaría más que escribir estas columnas sin tener que referirme a ellos ni una sola vez, pero, por desgracia, es este es un país en el que la política y su praxis (buena o mala, ambas a la par, aunque siempre tiende a destacar por mayor causa la segunda) han conseguido que las llamadas "páginas de espectáculos" de la prensa diaria (un par de hojas, siempre escasas) se expandan ahora arriba y abajo, a derecha e izquierda, hasta abarcar bajo su cabecera a todo el periódico. Todo es política. Y todo es espectáculo. 

Baste recordar las idas y venidas (el baile de puertas, tan propio de los vodeviles de Feydeau y de Labiche) que se han dado en algunos partidos a raíz de unas recientes mociones de censura. Baste recordar lo que viene sucediendo a diario en Madrid a cuenta de su campaña electoral (bochornoso, insultante, obsceno, lo del pasado viernes en los estudios de la Ser). O baste contar los días que lleva Catalunya sin gobierno, una operación para la que ya no sirven los números porque el cálculo se hace mejor atendiendo a otros sumandos: negligencia, ineptitud, incompetencia, ineficacia, inoperancia, soberbia...

Llego a la conclusión de que hoy, aquí, en este país, la política es ya un problema de salud. La estabilidad emocional, la serenidad, la fortaleza mental de los ciudadanos, están siendo alteradas a diario por el proceder de la política y de los políticos. Es este, pues, un país de enfermos. Enfermos, unos y otros. Enfermos unos más que otros. Un país doliente.

Por aquello de "curarse en salud" y a la espera de alguna vacuna (otra palabra que tampoco me gustaría volver a escribir nunca más en esta columna, desterrada por fin de las obsesiones cotidianas), les invito a repensar la pregunta del principio: "Y si somos capaces de una falta de entendimiento tan grande, ¿por qué hemos inventado la palabra amor, en primer lugar?".