El juicio de Floyd

Cuando la policía es parte del problema

Celebraciones por la sentencia del 'caso George Floyd'.

Celebraciones por la sentencia del 'caso George Floyd'. / Afp

Ramón Lobo

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La condena de Derek Chauvin por dos delitos de asesinato y un tercero de homicidio permite llamar asesino al policía que colocó su rodilla sobre el cuello de George Floyd durante ocho minutos y 46 segundos, causándole la muerte por asfixia. La sentencia es una rareza dentro de un sistema judicial que no condena a policías blancos por la muerte de afroamericanos, indios y latinos. Lo habitual en EEUU es que el uso abusivo de las armas o de la fuerza no termine en juicio. En un país de gatillo policial fácil, solo 140 agentes han sido procesados en los últimos 16 años; de ellos, 44 condenados a penas reducidas o a castigos disciplinarios.

Esta sentencia establece un precedente que permitirá limitar esta impunidad. Falta conocer el número de años que deberá cumplir Chauvin en prisión. Por la suma de los tres delitos podría alcanzar los 40 años. Parece descartada la opción de condena mínima de 28 años escudada en la ausencia de antecedentes. Se entendería como una provocación. Su foto vestido con mono naranja, y en aislamiento para proteger su integridad, es una victoria para las organizaciones de defensa de los derechos humanos.

El fiscal general de EEUU, Merrick Garland, ex candidato de Barack Obama para el Supremo, ha aprovechado el momento político para iniciar una investigación sobre las prácticas policiales en Minneapolis, una manera de situar bajo revisión todo el sistema de patrullaje. En los tres primeros meses de este año han muerto 213 civiles a manos de la policía. En 2020 fueron más de mil. Los agentes disparan a matar, no a las piernas o a los brazos.

Armas de fuego

En EEUU hay más armas de fuego que habitantes. Solo en Texas existen 830.000 registradas, a las que habría que sumar las ilegales. El miedo de los policías que pisan la calle explica en parte esta cultura de Far west. Es urgente una reforma que prohíba la venta de las armas más peligrosas e incremente los requisitos para licencia. Este tipo de intromisiones del Estado no gustan en la América trumpista que considera que la tenencia de armas y la defensa propia son derechos constitucionales.

El caso Chauvin no encaja en este argumentario porque el agente no disparó sobre Floyd, lo mató mediante el uso de una fuerza innecesaria. Esta práctica es frecuente. Demuestra que el problema de fondo, además del exceso de armas, es la cultura de violencia e impunidad de la mayoría de los cuerpos de policía del país. Fue célebre el caso de Eric Garner en Nueva York en 2014, que suplicó “no puedo respirar” antes de morir estrangulado por una llave del policía Daniel Pantaleo. El agente, blanco, solo perdió su empleo. No fue procesado ni condenado por asesinato. Garner era pobre y negro

Las protestas después de cada muerto, reprimidas con inusitada violencia (76.400 personas sufrieron heridas en 2018 por la intervención de las fuerzas antidisturbios) ayudaron al primer trumpismo a crear el relato de la existencia de grupos anarquistas que practicaban terrorismo doméstico. Con Garner hubo más protestas por la decisión de no presentar cargos que por su muerte en sí. Eran los años de Obama en la Casa Blanca y de fiscal general afroamericano Eric Holder. Es una tara estructural que contaminaba a ambos partidos.

Black lives matter

El asesinato de Floyd zarandeó a un país cansado de soportar injusticias. De aquella muerte nació Black Lives Matter, el movimiento que ha terminado con la atrofia de no cuestionar a la policía en una supuesta defensa del bien común. Por eso, la condena es histórica.

Es posible que las revoluciones no provoquen cambios sostenibles, pero son la palanca para cuestionar el estatus quo, y sentar las bases de modificaciones políticas y culturales más amplias. La muerte de Floyd cuestionó la estrategia de impunidad, igual que la caída del productor de cine Harvey Weinstein dinamitó la tolerancia hacia el machismo y los abusos sexuales que padecen las mujeres.

Una condena absolutoria habría incendiado EEUU. La extrema derecha mediática ha denunciado una campaña de acoso al jurado para condicionar su decisión. Deben ser personas que no han visto el vídeo, ni escuchado las 27 veces que George Floyd suplicó por su vida, ni seguido el proceso. Para los negacionistas, la realidad es un problema menor que se resuelve negando su existencia. Es la base de la exaltación del odio y de la mentira que se han infiltrado en nombre de la libertad de expresión en las democracias occidentales. Se trata de un virus paralelo y más dañino contra el que solo existe una vacuna: la educación libre.

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