Un Sant Jordi que huele a Navidad
La diada perimetrada y controlada ha alargado la experiencia para regocijo general, y por eso le acompañan villancicos mudos y Santa Claus invisibles que dejan huellas tenues a nuestro alrededor
Carol Álvarez
Subdirectora de El Periódico
Subdirectora de El Periódico. Cultura, tendencias sociales y Barcelona.
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Carol Álvarez
Un Sant Jordi que huele a Navidad. No por el descenso brusco de temperaturas y la borrasca Lola, que amenazó con pasar por agua la diada. Un Sant Jordi navideño porque ha llegado preñado de ilusión, tan desbordante y desbordada que hace ya días que las librerías se engalanaron para recibir a los clientes, que los lectores más fieles curiosean, hojean y picotean compras. La rosa queda para el 23 de abril, pero los libros…los libros son otra cosa.
Sant Jordi se ha estirado como aquel superhéroe de los 4 fantásticos que era elástico más allá del límite racional, como un chicle que quiere durar sin perder el sabor. Como las tardes de sábado que parecen infinitas, lo parecían, antes de que conociéramos el covid. El Sant Jordi perimetrado y controlado ha alargado la experiencia para regocijo general, y por eso le acompañan villancicos mudos y Santa Claus invisibles que dejan huellas tenues a nuestro alrededor.
Londres
No solo aquí. Tras tres meses de cierre, las librerías de Reino Unido subían de nuevo las persianas hace solo unos días y vivían lo más parecido al tiempo de Navidad, con clientes excitados, colas en las aceras y compras casi compulsivas. Un librero le contó a un periodista del The Guardian que había visto clientes intentando oler los libros a través de las mascarillas. Las ventas se dispararon como en fechas navideñas.
Y eso que allí, como aquí, el trabajo infatigable de los libreros llevó los clubs de lectura virtuales por Zoom y las ventas online a mantener viva la llama de la lectura entre la gente. Los homenajes a las pequeñas y grandes librerías, desde las pequeñas tiendas de pueblo hasta Waterstone, se han multiplicado a través de cartas de los lectores a los medios, otra vez la letra, la lectura, y agradecimientos personalizados.
Reykjavik
Islandia ha entrado esta semana oficialmente en el verano, no entiende de solsticios. Y a su distancia, con sus particularidades, celebran hace casi 50 años la navidad más literaria. Tiene nombre, Jolabokaflod, una especie de alud o tsunami de libros, pero aunque aquello de que se pasan la noche de Navidad leyendo los libros que se regalan es más o menos cuestionable, lo que no falla año tras año es la fiebre compradora en sus librerías en Navidades. Son semanas de presentaciones de novedades, entrevistas a autores, programas literarios a todas horas en radio y televisión.
La temporada de Jolabokaflod la inaugura el buzoneo de una revista que recoge todas las novedades publicadas ese año. ¿Qué es una Navidad sin libros?, dice la publicación islandesa. Esta navidad, la primera confinada, la pregunta era más bien, ¿Qué es una cuarentena sin libros? Y la interrogación se amplifica como un eco por todo el mundo bajo el manto de las restricciones del coronavirus.
Pues no necesitamos el clima invernal islandés ni que sea 25 de diciembre para sentir que esa peculiar navidad nos rodea hace días, nos enciende el ánimo, y nos avanza el anhelo de que lo que viene sea mejor, aunque sea, para empezar, con uno o dos libros nuevos en casa.
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