Ágora
Cultura: hora cero
Ante la formación de un nuevo Govern, parece el momento indicado para plantear una nueva política cultural
Xavier Acarín Wieland
Xavier Acarín Wieland
En lo que llevamos de pandemia, se ha hablado mucho de la cultura como herramienta esencial para estimular la imaginación y reforzar los lazos de comunidad. Al mismo tiempo, en varios debates - en los que muy a menudo se olvida la participación del sector del arte - se ha subrayado la necesidad de ayudas económicas específicas, que nos deberían hacer reflexionar sobre cómo podríamos aprovechar este momento para dar un impulso a la cultura y con ella al conjunto de la sociedad. Ahora, ante la formación de un nuevo Govern, parece el momento indicado para plantear una nueva política cultural que abra posibilidades para sus trabajadores y a la vez sirva de motor para la recuperación económica.
Cuando defendemos que la cultura es un bien público, no tendríamos que suponer que pretendemos una cultura subvencionada y supeditada a la administración. La política de ayudas, muchas de ellas parciales y otorgadas después de que la actividad haya sido realizada, contribuye más que soluciona la situación de precariedad de los profesionales, a la vez que reduce al creador en un gestor, y estandariza los proyectos impactando en su contenido. Parece que subyace una vieja visión en los estamentos del poder, según la cual la cultura es algo que debe mantenerse a raya, favoreciendo ciertos individuos para que sirvan de ejemplo al resto, en pos de una cultura en miniatura. Este clientelismo es bien conocido, y quizá por ello, organismos independientes como el CONCA no acabaron de arrancar nunca.
Las injerencias en los museos y centros de arte, frecuentes y normalizadas, impiden que estos puedan desarrollar estrategias a largo plazo y consolidarse, hecho que contribuye al nerviosismo de la administración al no conseguir réditos inmediatos a sus políticas cortoplacistas. Similar a lo que sucede en la Universidad, son los técnicos y funcionarios los que marcan los objetivos y las formas de trabajar, mientras las direcciones son interinas, incluso cuando están en el cargo. En fin, un ciclo vicioso que solo produce mediocridad y displicencia.
Me dirán que con la que nos está cayendo encima, la cultura no es una prioridad y sin embargo lo es. No podemos escoger no dar prioridad a la creatividad para potenciar Barcelona, Catalunya o España si queremos recuperar inversiones, grandes eventos, turismo, y ya no digo si queremos una transformación social, laboral y ecológica. La llegada de los fondos europeos podría propiciar una nueva cultura de la cultura, que atienda a sus particularidades para que esta pueda desarrollar sus capacidades. Apremian cambios en el procedimiento administrativo, en la aplicación de códigos de buenas prácticas, en la independencia de la gestión de las instituciones, y en la ley de mecenazgo, para que esta sea beneficiosa no tan solo para fundaciones, sino también para galerías, entidades sin ánimo de lucro y artistas. Necesario también plantearse el papel de los organismos de promoción exterior para que sean agencias de producción y creación de proyectos que reviertan en el origen. Crucial seguir creando complicidades con la educación, y reforzar la formación en las artes buscando la porosidad con otras disciplinas, empresas y tecnologías, así como trazar alianzas con instituciones extranjeras. Igualmente, imprescindible estar presentes en los medios de comunicación, donde el arte sólo aparece cuando se dan polémicas cansadas.
En la hora cero, no podemos esperar más para cambiar la situación de un sector, el de la cultura y especialmente el del arte, que vive en un estado de crisis permanente. Varias asociaciones profesionales llevan años pidiendo a los múltiples consejeros de Cultura (siete en diez años) una política coherente que actúe según las necesidades y facilite la operatividad del sector. Si fuera así, podríamos pensar en cómo el arte revertiría para hacer de Barcelona realmente una capital cultural. Los años de turismo masivo nos han dejado una ciudad que ahora se presenta vacante y saqueada. La salida a esta crisis no puede seguir la misma receta de venderlo todo para llenarlo de Ikea, 'brunch' y Hermitages, si de verdad consideramos la cultura esencial, hagamos que esta habite la ciudad, para crearnos diferentes.
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