Ejemplos de lucha

Historia de dos talegas

Un libro radiografía el antigitanismo en España y sitúan como una de las causas el hecho de que la cultura gitana esté ausente del currículo formativo

Unas madres cuentan cuentos tradicionales, adaptados a la realidad gitana, en un colegio de Barcelona.

Unas madres cuentan cuentos tradicionales, adaptados a la realidad gitana, en un colegio de Barcelona. / Ferran Nadeu

Silvia Cruz Lapeña

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“Mi abuela dice que tenga siempre lista la taleguilla”, me cuenta Silvia Agüero por teléfono. Me sorprende cuando nombra la “talega”, palabra que usaba mi yaya para referirse a la bolsa en la que guardaba el pan pero también a otra, de sentido figurado, con la que se refería a un dinerito que siempre debíamos tener guardado y listo ”por si acaso”. Le pregunto a Silvia en qué consiste la suya: “Es una bolsa de tela que se ata al sujetador y se coloca debajo de la teta para guardar el dinero. Mi abuela dice que no debe conocerla ni mi marido”. Reímos las dos pero en cuanto oigo eso, me doy cuenta de que las bolsas de nuestras abuelas, una paya y la otra gitana, son distintas solo en apariencia pues su objetivo es el mismo: “Si pasa algo, que no dependas de nadie”.

Hablando con ella, me quedan claras dos cosas que Silvia siempre explica a quien la escucha: una, la necesidad de conocer otros usos y costumbres del feminismo. O como dice ella, “otras formas de lucha”. Dos, que para lograrlo, es necesario algo que Silvia y su marido, Nicolás Jiménez, llaman “gitanizar el mundo”. Lo comprendo mejor tras leer su libro, ‘Resistencias gitanas’, 227 páginas con las que pretenden neutralizar los lugares comunes que se empeñan en hacernos creer que solo existe un tipo de gitano y de gitana.

En los primeros párrafos, los autores radiografían el antigitanismo en España y sitúan como una de las causas el hecho de que la cultura gitana esté ausente del currículo formativo en todos los niveles de la enseñanza. Es lo que explica que todo el mundo en este país sepa quién fue Ana Frank pero no les suene ni el nombre de Elisabeth Guttenberger.

'La tía Guttenberger' fue una alemana de Stutgart a quien las leyes racistas de Núremberg impidieron acabar la secundaria. Deportada a Auschwitz-Birkenau en 1943, fue obligada a llevar el registro de prisioneros del Zigeunerlager, el campamento gitano. Elisabeth perdió allí a 30 familiares, pero la joven sobrevivió y se convirtió en la voz de todos ellos y de los miles de sinti y romá que allí perecieron. Lo hizo en los procesos que inició el fiscal Fritz Bauer entre 1963 y 1965, donde sentó en el banquillo a 22 nazis en los primeros juicios en los que Alemania reconocía sus crímenes por iniciativa propia, no obligada por los países aliados. El testimonio de Guttenberger fue clave para poner nombre, cara y apellido a la masacre. Y para que no se olvidara, pues se dedicó el resto de su vida a contar lo sucedido.

De gente como ella habla el libro de Agüero y Jiménez, un libro que debería estar en los colegios, como lo está ‘El diario de Ana Frank’. Para dejar de ver como algo exótico que una gitana le diga a su nieta que se guarde el dinero en el pecho. Para ir a la Historia, a las causas, al fondo. Y para ver, por fin, al pueblo gitano en contexto e insertado en su cultura, un pueblo que además de legarnos el flamenco y palabras hermosas como ‘paripé’ o ‘chaval’, ha dejado para la historia ejemplos de vida y formas de lucha.