La hoguera
¡Vivan las cadenas!
Juan Soto Ivars
Escritor y periodista
Y qué le voy a hacer, si me gustan los franceses borrachos. Las imágenes se multiplican en las pantallas espoleadas por la furia de la viralidad. En plena pandemia, vienen a nuestro país a contagiarse y contagiarnos, gritan beodos sin mascarilla, potan en las aceras, se desmayan ciegos como piojos y hacen, en suma, todo lo que su país les prohíbe en casa y lo que nuestro país nos prohíbe hacer a nosotros. Desde que Pepe Botella recibió el encargo napoleónico de convertir España en un Estado moderno y sometido no se había visto en Madrid conquista semejante de gabachos.
Si en el siglo XIX entraron aprovechando la estulticia de los gobernantes en un descuido de la llamada guerra de las naranjas, en el XXI entran aprovechando la urgente necesidad de sacar dinero de debajo de las piedras que tienen los hosteleros españoles. Los franceses siempre actúan igual, al descuido, porque pertenecen a una cultura delicada y llena de pliegues, como una cortina de satén caída al suelo de parqué. Te descuidas diez minutos y te han instalado una guillotina eléctrica en la Puerta del Sol. Y diez minutos después tenemos un ejército popular y patriótico que sale a repeler al invasor al grito de ¡vivan las “caenas”!
Me divierte, ¡me divierte mucho!, ver a la izquierda madrileña cargar contra los franceses borrachos para atacar a Ayuso, que viene a ser como Carlos IV, el máximo traidor, el lacayito de Napoleón. Aclaro antes de que me acusen de afrancesado que yo cumplo a rajatabla las recomendaciones y que llevo sin emborracharme con los amigos desde marzo del año pasado. Pero al mismo tiempo, os confieso que, si me meto con los franceses borrachos, seré un hipócrita. ¡Basta ya de hacer de vieja del visillo! Por supuesto que son irresponsables y algo repugnantes, pero ¡quién pudiera comportarse así!
Esta es la tensión del español, que tiene un vecino al que odia con la envidia del pobre por el rico, del ignorante por el culto, del vulgar por el refinado. Y me diréis, con toda razón, que los franceses que potan en Madrid son de todo menos ricos, cultos y refinados. Sin embargo, sus imágenes grotescas tienen también algo de sublime. Dalí decía que no existe el erotismo sin un punto de repulsión.
¿Qué nos dicen esas fotos de gabachos beodos? Nos recuerdan la libertad y la fraternidad que hemos puesto bajo siete llaves. Como siempre, Francia nos da la primera foto de nuestro futuro. Esa fiesta frenética es este país cuando palme Fernando VII y muera la restricción. ¡Nuestros locos años veinte!
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