Tras los disturbios en Barcelona

Vida de un contenedor

Cuando por fin todo el mundo conocía los rudimentos de la recogida selectiva y seguía los ecoconsejos, nos obligan a dar marcha atrás

contenedores

contenedores / El Periódico

Jordi Puntí

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Oigo unos chillidos cortos y agudos y salgo al balcón. En la calle, desierta de noche por el toque de queda, algo se mueve en de la montaña de desechos. En esta hora se acumulan trastos, cajas de cartón, latas y botellas, pero sobre todo bolsas de basura. Algunas están desgarradas, con todos los residuos a la vista. Otro chillido y de pronto veo dos ratas que se pelean por un pedazo de pizza, o tal vez es un trapo sucio. Tampoco estoy seguro de las dos ratas: podrían ser una rata y una gaviota, o una paloma (pero no, a esta hora los pájaros ya duermen). Con unos prismáticos sería más fácil precisar esta escena de fauna urbana. Al cabo de un minuto llega un camión de la basura y, mientras dos hombres recogen todo, dos sombras pequeñas se escurren por la calle.

No se trata de una estampa del pasado, sino de este presente provocado por la ausencia de contenedores en mi barrio. ¿Cuándo empezaron las manifestaciones a favor de Pablo Hasél? Cinco semanas ya. Uno o dos días después de su encarcelamiento, a medida que aumentaban los actos de violencia por parte de una minoría incontrolada, y quemaban más y más contenedores, el ayuntamiento decidió retirar los que aún quedaban en los barrios digamos conflictivos. Se los llevó todos: grises, verdes, amarillos, azules, marrones. En su lugar, nada: un espacio en el asfalto donde, siguiendo la rutina, en un ejercicio de imaginación cotidiana, la gente sigue dejando la basura (eso si no hay algún coche aparcado).

Hace casi un mes, después de varias detenciones por los disturbios en las Ramblas, con el incendio de un coche de policía, las manifestaciones se dilataron y volvieron más pacíficas, pero el ayuntamiento no ha instalado de nuevo los contenedores. Al menos en el barrio del la Ribera. Se iban a celebrar elecciones y quizás alguien creyó que la incertidumbre política exigía prudencia en el barrio donde está el Parlament —o tal vez se buscaba remarcar que vivimos en una especie de estado de excepción—. Ahora todo esto ha ido pasando, y quizás el día en que sea investido un presidente de gobierno catalán volverán los contenedores, quien sabe, pero mientras aprendemos a vivir sin ellos.

Cuando por fin todo el mundo conocía los rudimentos de la recogida selectiva y seguía los ecoconsejos —el vidrio en el veeerde; el plástico en el azuuul, lo orgánico en el marroooón—, nos obligan a dar marcha atrás. La realidad es que muchos vecinos seguimos separando los desechos como es debido y entonces los dejamos en la calle, en el que sería su lugar, pero cuando pasa el camión lo recoge todo a la vez y lo mezcla como si nada. Es desalentador y te hace pensar que todo esto del reciclaje es palabrería y postureo. ¿No habíamos quedado que era tan beneficioso para la ciudad? Unos beneficios, por cierto, que nunca se explican lo bastante bien. Estos días, cuando saco la basura, pienso que tal vez formamos parte de un experimento secreto, una prueba piloto de algún plan misterioso, y lo cierto es que casi preferiría que así fuera.

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