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Aprender nuevas lenguas no solo nos abre nuevos mundos, aprender nuevas lenguas nos hace más fuertes

Ilustración de Leonard Beard

Ilustración de Leonard Beard / Leonard Beard

Rosa Ribas

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Cuando llegas a otro país y tienes que comunicarte en una lengua que no es la tuya, sobre todo al principio, estás constantemente expuesta a situaciones frustrantes. No te entienden cuando hablas. No entiendes lo que te dicen. O crees haberlo entendido, pero después resulta que no tanto. Y, además, tienes que lidiar con la impresión de que tus interlocutores te toman por una persona, digamos, algo limitada. Porque, consciente o inconscientemente, los hablantes evaluamos y valoramos a los demás por cómo se expresan, lo que hace que aquellos que no hablan con suficiente corrección o fluidez nos parezcan algo lerdos. Y se sientan algo lerdos también. En algunos países más que en otros. En España es ya una figura de chiste la del hablante nativo que, ante la incomprensión de un extranjero, le repite las mismas palabras que el otro no entendió, pero más fuerte. Más decibelios a cada repetición, de modo que la falta de compresión parece provenir más bien del hecho de que todos los extranjeros están un poco sordos. En Alemania, en cambio, se tiende a lo que los lingüistas denominan “tarzanismo”, la reducción del lenguaje “Tú… caminar… hasta esquina…y allí…preguntar otra vez. ”Puestos a elegir, creo que prefiero que piensen que soy dura de oído a tonta.

No poder expresarte con la fluidez y la precisión que tienes en tu lengua materna, la sensación de que te juzgan y te valoran y de que lo hacen a la baja, la impresión constante de que no acabas de hacer bien las cosas, provoca bastante cansancio y puede minar la autoestima, pero tiene también efectos positivos. Como todos los desafíos a los que alguien se expone, permite descubrir nuevas facetas de una misma.

Porque los seres humanos estamos hechos para la comunicación.Y para ellos contamos con muchos más recursos de lo que creemos. Me gustaría contarles, a modo de ejemplo, una pequeña anécdota personal, algo que me sucedió cuando llevaba poco más de dos años viviendo en Alemania, y mi conocimiento del idioma me permitía expresarme con cierta soltura, aunque todavía me quedaba mucho camino por recorrer. En una reunión de amigos me invitaron a jugar al 'Tabú'. Por si no lo conocen, se trata de un juego de mesa en el que se trata de definir palabras que los compañeros de equipo tienen que adivinar. Lo que da nombre al juego es que las palabras que mejor servirían para dar esa definición están prohibidas, son tabú. Así, por ejemplo, para definir ‘manzana’, no se puede decir ‘fruta’ ni ‘comida’ ni ‘árbol’, etc. Me invitaron por cortesía, acepté por la misma razón y alguien se resignó a ser mi compañero de equipo, porque todos tenían muy claro que la extranjera no tenía la menor oportunidad. Hasta que yo misma descubrí que mi experiencia como hablante con recursos lingüísticos limitados me había dotado de una batería de recursos con que solventar mis carencias. De modo que, mientras los participantes nativos dedicaban un rato a leer y lamentarse por todas las palabras prohibidas y buscaban sinónimos, que tardaban algo en llegar, cuando me tocaba a mí recurría a los mismos mecanismos que usaba en mi vida diaria: definir con sencillez, parafrasear, explicar para qué servía lo buscado, decir dónde se encontraba habitualmente, quién lo usaba, qué forma tenía… De modo que mi compañero y yo acabamos ganando la partida. Y no le resta mérito que dos de los contrincantes fueran informáticos, y en alemán tampoco fueran precisamente dioses de la elocuencia.

Ya sabemos que, cuando aprendemos una lengua extranjera, abrimos la puerta a nuevas culturas, a formas de pensar distintas a las nuestras, nos enriquece. Y nos transforma, ya que al acceder a través de las lenguas a formas distintas de entender y nombrar la realidad nos volvemos menos rígidos en nuestras convicciones, en nuestras opiniones. Pero es que, además, cuando aprendemos a comunicarnos en otra lengua, aprendemos a hacerlo a pesar de nuestras carencias, porque descubrimos que disponemos de muchísimos recursos que salen entonces a la luz. Aprendemos también a enfrentarnos a la inseguridad, a la frustración, al miedo al error, al miedo al ridículo. Por eso, aprender nuevas lenguas no solo nos abre nuevos mundos, aprender nuevas lenguas nos hace más fuertes.

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