Contexto

El síntoma Hasél

Disturbios en Barcelona durante la manifestación contra la detención de Pablo Hásel

Disturbios en Barcelona durante la manifestación contra la detención de Pablo Hásel. /

José Ramón Ubieto

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Las escenas de violencia a las que estamos asistiendo merecen algo más que una condena o una aprobación. Su relativa frecuencia nos permite considerarlas como un síntoma, en el sentido psicoanalítico. Eso implica dos cosas: por un lado, un cierto sentido oculto que la propia violencia -y sus hogueras- sacan a la luz como denuncia. Por otro, una pulsión que insiste en el enfrentamiento y la destrucción y que no parece muy dialectizable. No se trata de consignas o propuestas dirigidas a otro, sino de algo más contundente que implica a los cuerpos allí presentes (policías y jóvenes).

Respecto al mensaje a ‘leer’ en esa violencia, se encuentra la rabia y el sentimiento de injusticia por cuestiones varias: precariedad social (vivienda, trabajo, pobreza), tendencias autoritarias de los que quieren imponer sus credos y corrupción y degradación de ideales colectivos, que devienen inmensas fakes alimentadas por el cinismo de una parte de los líderes sociales. Esa denuncia gritada no parece tener el eco adecuado en quién podría hacer algo con ello, a veces por inoperancia, narcisismo de sus pequeñas cosas o simplemente desinterés absoluto. La violencia no cesará mientras el Otro haga oídos sordos.

La otra cara de la violencia, esa pulsión de muerte y destrucción, convoca a un grupo muy heterogéneo de personas y, por ello, difícil reducirlas a una tipología única. Los hay que creen que sus ideas legitiman el medio: si uno es antisistema, lo lógico es golpear los iconos del sistema (cajeros, escaparates, ,..). Otros exorcizan su odio quemando todo lo que encuentran a su paso, todos los restos y desechos cuyas llamas los refljan, arrasando así cualquier esperanza y dejando, a su paso, una tierra baldía. Los hay también que aprovechan la fiesta para disfrutar del espectáculo, es el puro goce de la destrucción gratuita, sin más referencia que el placer que experimentan, a veces aupados por los tóxicos. Por último, están también aquellos que buscan un beneficio concreto y hacen de la violencia un instrumento de trabajo, por cuenta ajena.

Este lado oscuro de la violencia muda no cesará tan fácil porque no es seguro que se dirija a nadie en busca de respuestas. En cualquier caso, hará falta una combinación de sanciones y límites proporcionados junto a otras medidas efectivas y reales que atenúen ese sentimiento de injusticia vivido por muchos/as.

La indignación moral y los exabruptos verbales (terroristas, criminales…), al igual que otras posiciones ambiguas sobre el porvenir ‘creativo’ de esa pulsión destructora, mejor reconvertirlas en un trabajo sociopolítico que ofrezca un horizonte de futuro para muchos de estos jóvenes. Eso les haría confiar un poco más en el sistema y les permitiría hacerse cargo, como protagonistas responsables, de su destino. Es vano esperar que la juventud duerma mientras ignoramos sus sueños.