La polarización

Te odio. Te odian. Te odiamos

Una vorágine de mensajes simplistas e hirientes nos empuja a situarnos en uno u otro lugar

Toma de posesión de Ada Colau.

Toma de posesión de Ada Colau. / Albert Gea / Reuters

Emma Riverola

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

En 2006 nació Twitter, aunque no fue hasta 2009 que empezó a despegar. Ese año, Facebook se convirtió en la plataforma más popular del mundo. Y nació WhatsApp. El año siguiente fue la eclosión de los ‘smartphones’. Llegaron los trayectos en metro con la mirada pegada a las pantallas. Los ‘youtubers’, los ‘instagramers’... Y la tendinitis en los dedos.  

Hoy, los mensajes, las ideas vuelan e impactan directamente en la palma de nuestras manos. Los límites desaparecen. Los mensajes de naturaleza comercial aparecen camuflados en la sonrisa del ‘influencer’ del momento. También estallan las críticas más afiladas. ¿Quién hay detrás de ellas? ¿Cuántas bastan para hundir un negocio? ¿Y a una persona? ¿Y a una ideología? El mercado de la denigración va en alza

Todo parece accesible en el escaparate de las redes: los productos, los servicios y las ideas. Pero, en realidad, somos nosotros los expuestos. Nuestra mente convertida en diana. Y no podemos dejar de mirar. John Cacioppo, el que fue director del Centro de Neurociencia Cognitiva y Social de la Universidad de Chicago, demostró que el cerebro incrementa la actividad eléctrica con los estímulos negativos. Nuestras actitudes están más influenciadas por las noticias pesimistas que por las optimistas. La negatividad nos atrapa. Y no siempre es fácil salir de la espiral oscura.   

Sin duda, las redes sociales son una puerta abierta al mundo. Solo que a un mundo desordenado, a veces febril. Es fácil perderse. Y acabar en el bosque del rencor. El Pew Research Center de Washington, centro que investiga los problemas, actitudes y tendencias internacionales, ha publicado esta semana un estudio revelador: 4 de cada 10 estadounidenses han sufrido acoso online. El 75% de ellos señalan a las redes sociales y la mitad afirman haber sido atacados por sus opiniones políticas.   

El odio cava trincheras en las redes. Una telaraña de surcos que se abren frente a nuestros pies. Nos atrapan, nos aíslan y nos colocan en un damero en blanco y negro. Una vorágine de mensajes simplistas e hirientes que empuja a situarnos en uno u otro lugar. Las posiciones cada vez más fortificadas. Y los continuos proyectiles captando nuestra atención sin cesar. Hasta la obsesión. Hasta la enfermedad. Solo pendientes de la vileza del otro, incapaces de ver lo positivo que hay más allá.  

El feminismo, un movimiento que hace solo dos años era el más potente y transformador, hoy se encuentra dividido y hundido en la crispación

Lo que ocurre en las redes no se queda en las redes. La semilla del odio o del dolor o del acoso o de la ofuscación anida en nuestra mente. Simiente regada por un rencor sin límites ni descanso. Lo hemos visto -sufrido- con el ‘procés’. Luis Miller, investigador del CSIC y experto en polarización, confirma que las cuestiones identitarias son las que más confrontan en España. La paradoja, advierte, “es que la polarización se produce apelando a identidades partidistas y territoriales que no tienen una incidencia directa sobre las condiciones de vida de la ciudadanía”. No hay rédito en el atrincheramiento, solo desgaste de la convivencia y la democracia.  

Ahora podemos ver cómo la ley trans ha abierto una profunda brecha en el feminismo. El movimiento que hace solo dos años era el más potente y transformador, hoy se encuentra dividido y hundido en la crispación. No es descartable que determinados intereses hayan alimentado el desencuentro, pero las redes sociales han excitado los ánimos hasta límites inauditos. Al fin, ha resultado que la mano negra era un algoritmo. Y nuestra inclinación a la negatividad. Los argumentos se entrelazan con falsedades enloquecidas hasta convertirlo todo en una nube de confusión tránsfoba. Y, lo peor, medios solventes y líderes sociales haciéndose eco de personas sin escrúpulos que, por interés o por egolatría o por enajenación, están protagonizando una victimización obscena y acosando a personas trans.  

Miller apunta la necesidad de desenmascarar los argumentos polarizadores. A veces, es muy difícil discernir la verdad, pero nos jugamos la salud democrática. La polarización alimenta fantasías paranoicas y todos podemos ser víctimas, incluso contribuir a ellas. Derribar muros, exponerse a otras creencias y tratar de encontrar puntos en común es la única vía de reparación para las heridas del odio.  

Suscríbete para seguir leyendo