Victimismo ultra

Cosas de chavales

La intolerancia de nuevo cuño se apoya en la indulgencia de una sociedad que no quiere asumir que sus hijos más queridos puedan ser capaces de cualquier mal

Jake Angeli

Jake Angeli

Mar Calpena

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Resulta que Jake Angeli, el icono del asalto al Capitolio de Estados Unidos, el chamán del gorro de búfalo y los tatuajes de runas nórdicas de gran poder, se ha negado a comer en prisión porque la comida no orgánica le sienta mal en la barriguita. Y lo hemos sabido porque ha sido su propia mami la que ha denunciado esta pavorosa violación de los derechos humanos, que a buen seguro provocará manifestaciones de solidaridad en todas las capitales del mundo, una nominación al premio Sajárov y una campaña intensiva de envío de paquetes con zumos de kale y 'buddha bowls' por parte de Amnistía Internacional. Porque la madre de Angeli, que es, por cierto, con quien vive, porque lo de recibir ayuda si no encuentras trabajo solo está mal cuando lo hacen los demás, ha salido a decir en una entrevista que su hijo es "una persona maravillosa y muy patriótica" y que "se lo ha demonizado".

La intolerancia de nuevo cuño, la de Angeli, la de Trump, y la de aquellos que campaban por sus anchas en el Capitolio, se apoya en la indulgencia de una sociedad que no quiere asumir que sus hijos más queridos puedan ser capaces de cualquier mal. Y que además ha vestido esta intolerancia de victimismo y respuesta al sistema, en un mecanismo del que no nos faltan ejemplos más próximos. Allí donde el viejo fascismo aspiraba a hacerse con el poder, los nuevos totalitarismos se disfrazan de transgresión, que debe ser contemplada con empatía, aunque en realidad exuden privilegio social. Tal y como se ha señalado estos días, si Jake Angeli no hubiera sido blanco, difícilmente hubiera entrado impune en el corazón de la democracia estadounidense, y mucho menos hubiera salido de allí indemne. Y entre los asaltantes del Capitolio se encuentran muchos ejemplos de clase media y media alta, y no tantos de esa 'white trash' marginada que se nos dijo algo facilonamente que había empujado a Trump a la victoria. Una parte de la sociedad, como la madre de Angeli, que ya no cree en aquella frase atribuida a Truman acerca del dictador Somoza de que "son unos hijos de puta, pero son nuestros hijos de puta". Porque sus hijos son ejemplares y dulces, y por eso ya no necesitan capuchas ni máscaras, sino rica comidita orgánica.

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