Valor de lo material

La vuelta al calor analógico

Las ventas de música en vinilo se han disparado y algo parecido sucede con las cifras de facturación de la industria editorial

coleccion libros viejos

coleccion libros viejos / economia

Miqui Otero

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En estos momentos hay alguna persona, estoy seguro, mirando cómo comprar una funda de franela de cuadros, el estampado más típico de las zapatillas caseras, para su teléfono móvil.

Con esta imagen solo quería captar su atención para exponer una intuición que muchos datos y noticias avalan: la necesidad del calor, no solo humano, sino de los objetos, en tiempos de aislamiento. La cabecera especializada en nuevas tecnologías' Pledge Times' publica un editorial donde brinda por un “Feliz 221, el año del regreso a los placeres analógicos”. En 'The Independent' leemos que las ventas de música en vinilo se han disparado el último año, alcanzando la mejor cifra desde 1991. Algo parecido sucede con las cifras de facturación de la industria editorial, incluso en nuestro país, que a pesar de extraviarse (o verse muy limitadas) grandes fechas y ferias, podría esperarse que se hundiera como el 'Titanic', pero ha resistido con la obstinación del Capitan Ahab y Moby Dick juntos.

A mí, al menos hasta que la crisis sanitaria mute a severa crisis económica, no me extraña. Es la hora de los que incubamos lumbago en las mudanzas, de los que acumulamos lepismas amantes de roer papel en nuestros hogares (“¡Esto es un 'chikipark' para estos bichitos!”, me dijo una vez un fumigador argentino al ver mi cuarto de veintañero atestado de libros y discos), de los que hasta guardamos una 'Enciclopedia Visual de la Antigua Roma' al lado del wáter por si las moscas. Parece claro que esos objetos somos, también, nosotros: son memoria concentrada, la que nos recuerda de dónde venimos. La que nos ayuda cuando no sabemos ni adónde vamos ni dónde estamos, aislados de otra gente, más en casa que nunca.

Lo dijo mucho mejor Ian Svenonious en su ensayo 'Te están robando el alma', donde hablaba de esas casa minimalistas donde tan solo hay una mesa Lack, una cama y un iPad. Ni revistas ni libros ni discos. Hogares que parecen “monasterios modernistas donde la religión es la propia Apple o Ikea”, una religión “propia de calvinistas y capitalistas primigenios”. Añadía que esta nueva ideología tecnológica había convertido “las posesiones en un símbolo de pobreza” y el acumularlas, en marca de mal gusto. En su capacidad visionaria, Svenonious iba más allá y hablaba de “la visión de los espacios públicos y la interacción física entre personas como primitivos, propensos a gérmenes y peligrosos”. Todo para elogiar la acumulación de los objetos que queremos, como “eructo de resistencia” contra la sociedad anticosas, para no soltar las cadenas de “quiénes éramos y qué se supone que deberíamos ser”. Ahora, claro, más que nunca.