Corregir una omisión

No es milagro, es ciencia

Hasta tal punto confío en la comunidad científica que confío también en los mercaderes que danzan a su alrededor.

Las primeras vacunas llegan a Catalunya

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Josep Maria Pou

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Teníamos la esperanza puesta en la vacuna y la vacuna ya está aquí. A pocos metros de casa, en un congelador a muchos grados bajo cero o en las manos de un sanitario dispuesto al efecto. El pinchazo es más o menos inminente. Ha sido, dicen, un milagro de la ciencia. Mienten. No es un milagro. Milagro fue lo de "levántate y anda" y lo de "aquí hay pan y peces para todo el mundo". Lo de la vacuna ha sido el resultado de un empeño descomunal, de una dedicación a prueba de bomba, de una conjunción de intereses nunca vista hasta ahora y de una monumental inyección dineraria. Hace unos meses nadie apostaba por verla antes de bien entrado 2021, pero he aquí que no le hemos dado portazo todavía a 2020 (¡qué ganas tenemos!) y ya se cuentan por miles las personas vacunadas. Son pocas, lo sé. Habrá que contar por millones, para empezar a cantar victoria. Pero cada mil vacunados hoy, son mil enfermos menos mañana.

Porque soy de los que creen que la vacuna funciona. Todas las vacunas funcionan. De no ser así, no se aprobarían ni estarían en el mercado. Confío ciegamente en las personas (no son una, ni diez, sino cientos a la vez) de quienes depende cada estudio, cada examen, cada decisión. Nadie es tan desalmado como para aprobar a la ligera un producto de efectos perniciosos, sabiendo que es la vida la que está en juego. No hay ambición de lucro, ni tampoco razón alguna de éxito personal o de reconocimiento masivo, capaz de corromper hasta ese límite. Estoy convencido de que nadie, en ese terreno (dejemos aparte otros supuestos que es fácil traer a la mente), va a inyectarme dolor o destrucción, por intereses espurios. Hasta tal punto confío en la comunidad científica que confío también en los mercaderes que danzan a su alrededor. No seré yo quien vaya a echarles del templo a zurriagazos. Con esa fe, con esa credulidad, (alma de cántaro, me está llamando en este momento más de uno) hago mía la histórica frase del monarca en aquellas Cortes de Cádiz: "Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda de la vacunación". (No fué esa, exactamente, la letra de la frase, pero no me negarán que la música viene al pelo).

Es, pues, el momento del agradecimiento profundo a los científicos. Quizás lo más positivo de este tiempo de pandemia sea el haber asumido, de una vez por todas, nuestra absoluta dependencia de la ciencia, de la investigación. Sin ciencia, no hay futuro. No hay vida. Ni esperanza. Por eso creo que el mejor gesto de reconocimiento es el que acaba de hacer el periódico 'The Times', publicando el obituario que en su día le negó a la primera científica capaz de identificar un grupo de virus con apariencia de corona. El pasado jueves, día de Navidad, 'The Times' sorprendía (y emocionaba) a sus lectores con una extensa necrológica y esta nota aclaratoria: "June Almeida, viróloga británica que en 1966 descubrió el coronavirus. Cuando murió, en 2007, este periódico no publicó su obituario. Rectificamos hoy esa omisión".

¡'Chapeau'!

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