Tradición arraigada

Aquel 'tió' de Nadal

El padre Borotau, un escolapio que había pasado largo tiempo en Cuba, preguntó discretamente cómo funcionaba el “mecanismo”. Él, todo un experto en misterios teológicos, desconocía aquel milagro de Navidad

BARCELONA 29 11 2008 BCN HOY EMPIEZA LA FIRA DE NADAL DE LA SAGRADA FAMILIA NAVIDAD    FOTO DIGITAL DE ELISENDA PONS

BARCELONA 29 11 2008 BCN HOY EMPIEZA LA FIRA DE NADAL DE LA SAGRADA FAMILIA NAVIDAD FOTO DIGITAL DE ELISENDA PONS / ELISENDA PONS

Rafael Jorba

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

La Navidad confinada que nos disponemos a celebrar me está haciendo viajar a la Navidad de mi infancia, también confinada. Era otro confinamiento, sin Papá Noel, ni amigos invisibles, ni pistas de esquí, ni grandes superficies, ni regalos. Un confinamiento en nuestra burbuja familiar plagado de rituales, de pequeñas tradiciones, que llenaban la atmósfera de felicidad y nos ayudaban a dar sentido al paso de las horas. La vieja fantasía ha sido reemplazada por nuevos ritos.

Esta evocación de la Navidad de mi infancia no tiene una pretensión moralista. Pretende solo, en medio de las limitaciones impuestas por la actual pandemia, recordar aquellos días felices y rescatar los pequeños rituales que en el calor del hogar daban sentido a nuestra Navidad. ¿Qué son los ritos? Para responder reproduciré la definición que dio el zorro en su persuasivo diálogo con Le Petit Prince: “Los ritos son necesarios (...) Es lo que hace que un día no se parezca a otro día y que una hora sea diferente a otra hora”.

Evocaré, de entre aquellas vivencias navideñas, dos rituales: el Belén y el ‘tió de Nadal’. Recuerdo aún aquel pesebre que mi madre, con paciencia y cariño, nos enseñaba a construir con las ramas de acebo y bloques de musgo fresco que, días antes, habíamos ido a recoger en el bosque. Y veo con claridad, en un rincón de pared adornado con montañas de corcho y ríos de papel de plata, los pastores que dormían al raso y que eran el centro de aquel belén improvisado. Pienso que aquellas figuritas de barro fueron una de las primeras lecciones de humanidad que aprendí de forma instintiva.

Sí, en mi casa, por encima de los Reyes de Oriente, de su oro, de su incienso y de su mirra, aquellos humildes pastores eran la condición imprescindible para que el niño Jesús pudiera nacer año tras año en el pesebre. Ahora, cuando en la edad adulta se nos exigen reflexiones más razonadas, confieso que soy un cristiano antropológico. Nuestra historia está llena de imágenes como las que he descrito, de pequeños detalles, que van dibujando el perfil de personas adultas.

Recuerdo también el ritual del ‘tió de Nadal’ (no del ‘caga tió’, como ahora se le suele denominar, que se refiere sólo a la estrofa inicial de la canción con la que culmina esta tradición catalana). Se trataba de un tronco animado que llegaba del bosque el día de la Purísima con el tiempo suficiente para que pudiéramos alimentarlo con fruta y verdura fresca. Aquel leño mágico nos ocupaba muchas horas y nos acompañaba hasta Navidad: nos recordaba que habíamos de agradecer a la madre naturaleza el calor y los alimentos que nos proporcionaba.

Aquel leño mágico nos recordaba que habíamos de agradecer a la madre naturaleza el calor y los alimentos que nos proporcionaba

Llegada la Navidad, con un ‘tió’ que había ganado peso y volumen gracias a nuestros cuidados, nos dirigíamos al pesebre a rezar un padrenuestro mientras los adultos se encargaban de esconder los turrones, las ‘neules’ y el champán (aún no lo denominábamos ‘cava’) bajo el tronco y la manta que lo abrigaba. Entonces, armados de un palo, entonábamos a coro el “caga tió, d’avellana i de pinyó...”. Aquella operación se repetía varias veces hasta que el leño, agotado, terminaba el ritual ofreciéndonos varios pedazos de carbón de azúcar.

Rememoraré dos anécdotas sobre el ‘tió’. La primera, situada en mi infancia, la protagonizó el padre Borotau, un escolapio que había pasado largo tiempo en Cuba y que nos acompañaba en la mesa navideña. Preguntó discretamente cómo funcionaba el “mecanismo”. Él, todo un experto en misterios teológicos, desconocía aquel milagro de Navidad. La segunda anécdota, protagonizada por mi hija, se remonta a sus años de preescolar. Llegó a casa muy preocupada: “En la escuela –nos explicó– hemos hecho ‘cagar el tió’, pero nadie la ha dado de comer”. Habían empezado el ritual por el final.

Hasta aquí un pequeño relato de mis Navidades confinadas de antaño. De otro confinamiento, adornado de ternura y de ingenuidad, que espero que ilumine esta Navidad. Todos tenemos nuestro particular ‘tió de Nadal’, quizá con otros nombres y otros rituales, al que agarrarnos. Salvat-Papasseit, en su poema ‘Nadal’, nos remite a la fragilidad de la condición humana: “Demà posats a taula oblidarem els pobres / –i tan pobres com som–. Jesús ja serà nat. / Ens mirarà un moment a l'hora de les postres / i després de mirar-nos arrencarà a plorar”.

Suscríbete para seguir leyendo

TEMAS