Cooperación internacional

El aniversario del Proceso de Barcelona: Más luces que sombras

La región mediterránea se enfrenta a desafíos como la subida de la temperatura del mar, la escasez de agua y los movimientos migratorios

Vista aérea del Puerto de Barcelona, el pasado 20 de marzo del 2020

Vista aérea del Puerto de Barcelona, el pasado 20 de marzo del 2020 / El Periódico

Carmen Parra

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Crear espacios de diálogo es fundamental para el avance de la Comunidad internacional, siendo esta la idea que ha guiado las políticas internacionales posteriores a la Segunda Guerra Mundial que han impulsado la consolidación de organizaciones internacionales, así como las operaciones ligadas al multilateralismo.

En esta línea de cooperación y acercamiento es donde se puede situar la primera Conferencia Euromediterránea, celebrada en Barcelona en 1995, conocida como Proceso de Barcelona, cuyo objetivo final fue la creación de un espacio de paz, prosperidad compartida y diálogo en la región. Ese primer paso supuso el reconocimiento del Mediterráneo como una región fundamental para las relaciones internacionales, tanto por su situación geopolítica como por su importancia económica y cultural.

Este primer paso supuso el lanzamiento de un amplio programa de cooperación entre la Unión Europea y los doce países del sur y del este del Mediterráneo, a partir del cual se han experimentado en los últimos 25 años grandes cambios estructurales fruto de las crisis, los conflictos y la irrupción de nuevos actores globales que han fragmentado y dañado los objetivos que perseguían sus fundadores.

A pesar de ello el balance ha sido positivo, ya que el Proceso de Barcelona ha propiciado diferentes políticas que han impulsado la región. Entre ellas, destacan las relaciones bilaterales entre el Norte y el Sur desarrollada desde 2004 en la Política Europea de Vecindad (PEV), que fue revisada en 2015 tras los efectos sociopolíticos derivados de la Primavera Árabe.

A su vez, se han apoyado programas y organizaciones regionales multisectoriales como es el caso de la Unión por el Mediterráneo (UpM), fundada en 2008, que agrupó a 42 estados y más de 750 millones de ciudadanos de países ribereños del Mediterráneo y de la Unión Europea, cuyo foco de actividad se ha centrado en la seguridad y la estabilidad como motores clave para entender las relaciones con el Sur.

Tras más de dos décadas desde los primeros pasos en materia de política euromediterránea, no cabe duda de que la dificultad de avanzar siempre ha estado presente. Cuestiones como las migraciones, la seguridad y la cooperación antiterrorista, los acuerdos energéticos o la cooperación económica se han convertido en focos de conflicto en la región. Sin embargo, la presencia de un espacio de diálogo regional se ha considerado fundamental para insuflar una nueva energía política en una zona que se ha convertido en crucial para la estabilidad a nivel mundial.

Hoy por hoy el Proceso de Barcelona tiene importantes retos que atender. La región mediterránea se enfrenta a desafíos como la subida de la temperatura del mar y la escasez de agua, estimándose, que los países del sur del Mediterráneo experimentarán un incremento de la demanda energética del 98% para el 2040. La seguridad en la zona es frágil dado el incremento de focos de desestabilización en diferentes países de la ribera mediterránea, lo que puede, en un momento determinado, incidir en la economía y en la protección de la población. 

Para dar respuesta a estas necesidades el área mediterránea, se ha postulado como impulsora de medidas de estudio y sensibilización  en el impacto del cambio climático y medioambiental a través del Centro de Actividad Regional denominado 'Plan Bleu'.

Para avanzar en la construcción de una economía mediterránea más sostenible y resiliente, se han reforzado plataformas de diálogo regional con el objetivo de promover y desarrollar las energías renovables y la eficiencia energética en la región.

El control migratorio, otro de los grandes retos que el Proceso de Barcelona tiene en su agenda, ha fomentado la cooperación de los diferentes gobiernos tanto para frenar la migración irregular como para potenciar políticas preventivas a través de la cooperación económica con los países que se encuentran dentro de las rutas migratorias.

El futuro mira hacia la interrelación entre la dimensión política y su traslación operacional a través de proyectos en áreas de actividad prioritaria, como son el crecimiento inclusivo, los jóvenes, la mujer y el desarrollo sostenible, todos ellos como respuesta a los principales desafíos de la estabilidad regional, el desarrollo humano  y la integración en la zona.

Todo ello nos demuestra que el Proceso de Barcelona está más vivo que nunca, convirtiéndose en protagonista del devenir del Mediterráneo para las próximas décadas.